Sembrar y volver a creer; Haida Gwaii, On the Edge of the World

 

Ángel Mota Berriozábal

Observando el río San Lorenzo, desde el oxidado y vetusto puerto de Montreal, seguí las líneas del agua, los trozos de hielo que se escurren por la corriente. Vorágine que azotó navíos por tantos siglos. Una de las aguas más peligrosas del mundo por sus numerosas corrientes y diversidad de fondos marinos. Y en ese río, grisáceo, imaginé todo el estiércol que ha sido evacuado en su organismo. El alcalde de la ciudad, Dennis Coderre, decidió abrir las cañerías de la urbe para verterlas al San Lorenzo. Con esta observación, desde el puerto, pensé con ese calor anormal de otoño, en los cambios climáticos, provocados por la contaminación y el exceso industrial humano. Me sentí y siento como microorganismo, parásito, entre fábricas, humo, mierda y la prosa de la destrucción urbana. Lo cierto no veía ninguna solución a esta depredación y paulatino deterioro de todo en la isla de Montreal y el mundo.

Por ello, cuando mi amiga mexicana-canadiense Dafne Romero me invitó, desde la British Columbia, a ver el documental que coordinó como productora; Haida Gwaii, at the Edge of the World, nunca imaginé que ir a ver su trabajo en la Universidad de Quebec en Montreal, donde se proyectó, pudiese obsequiarme eso que precisamente me hacía falta; esperanza y deseos de volver a creer y sembrar para revivir la tierra donde vivo.

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Haida Gwaii, at the Edge of the World fue dirigido por Charles Wilkinson, obtuvo los premios a mejor documental en los prestigiosos festivales de cine de Toronto, Vancouver y Nueva York. Wilkinson, invitado por Dafne, luego de un proyecto que hicieron juntos sobre la nación Haida, accedió a volver a las míticas y remotas islas al noroeste de Canadá para contar cómo la nación indígena de las islas y la población anglosajona e inmigrante, han logrado salvar la naturaleza, cultura, ecosistemas, vida social y cultural de este paraje, casi edénico.

Las islas Haida Gwaii, antes denominadas por el colonialismo inglés: Charlotte Islands, son cuna y casa de una de las civilizaciones indígenas más desarrolladas al norte de México; la Haida. Desde tiempos inmemoriales esto nativos han sabido emplear los árboles gigantes; cedros, tuyas, piceas para construir sus casas, canoas, cestas, ropa, sombreros, redes, etc. Los árboles no solo son parte de uno o varios ecosistemas, “son una función de vida, hasta nuestros días −me explicó Dafne en casa de la Mrs. Stein de la comunidad mexicana de Montreal; Cristina Boilés−, en donde cada partícula de los habitantes y de sus hogares depende y está formado en relación con los árboles.” Casas y tótems, artesanías, cajas y demás manufacturas, de uso diario, despertaron el interés de los primeros colonos y por ello; “una parte fundamental de la cultura Haida y de su sobrevivencia −me afirmó Dafne, mientras hacía su maleta, con miras a tomar el avión, in extremis, rumbo a Estambul−, es el uso y trabajo sobre madera.” Los símbolos, los tótems se vuelven no solo una identidad y modo de vivir, religión de una cultura de ocho mil años, sino un modo de vivir y de ser vistos y reconocidos en el mundo por la calidad y belleza de sus obras de arte. Las cuales se hayan en tantos museos en el mundo. “De ahí que los árboles, fuente de vida ecológica y humana, se vuelven a la vez un medio de defensa cultural y social, “pues su fama –dijo Dafne, sentada entre pinturas y vasijas mexicanas puestas en todos los muros de la sala− ha logrado que muchos países deseen proteger este patrimonio de la humanidad.” De hecho, si hacemos un vínculo antropológico con el arte Haida y su función escatológica, las casas de madera en donde antes vivían representaban seres sobrenaturales o animales, que protegían a quienes durmieran dentro del hogar. La madera se vuelve un alma protectora, tal y como la madera tallada de obras de arte se ha vuelto una protectora de su cultura y contra la depredación.

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“Los Haida han logrado sobrevivir –me explicó la mexicana-canadiense, quien ha hecho varios proyectos antropológicos sobre iconografía y simbolismo en la zona y ahora realiza una muestra fotográfica de tótems en Berlín−, porque su arte y alto grado de desarrollo les ayudaron a no desparecer con la colonización inglesa y sus leyes racistas, como lo fueron las leyes que les prohibían el uso de su lengua y religión, o la creación de escuelas residenciales donde los quisieron asimilar a la cultura occidental. De hecho, los europeos mismos que se asentaron en la isla, desde el siglo XIX, se unieron a los nativos para preservar la isla, su naturaleza y riqueza.” Cierto es, sin embargo, que desde el siglo XIX el imperio británico no vio en las islas otro interés que el de explotar los recursos naturales, y entre ellos, principalmente, los árboles gigantes y milenarios. Cientos de años de vida cayeron con cierras y cables, ochocientos años de un cedro o picea acabaron en astillas y bloques de madera para ser empleados en barcos, casas y muebles en Europa. El resultado de esta mutilación económica es que se cortó 70 % de los bosques de Haida Gwaii, lo que se convirtió en un abismo y destrucción ambiental, ecológica y social.

Sí, cortar tan gran cantidad de árboles equivale a cortar la vida de los Haida y su saber hacer y vivir. La mutilación de la tierra no solo la desnuda y priva del oxígeno, casa y techo a animales, el sustento de insectos, aves y mamíferos, 70% de talla es la mutilación de una cultura y de la esperanza de un planeta que todavía pueda salvarse de la mutilación de su existencia. He ahí que Dafne Romero me haya dicho que Haida Gwaii es una metáfora y ejemplo del mundo. Su caso no debe ser visto como único, sino que debe aplicarse a toda la tierra. Como lo que sucede con el río San Lorenzo y la descarga de excrementos, con la posible construcción de una estación petrolera en Cocouna; santuario de las ballenas beluga, o con el futuro paso de un oleoducto por ríos y bosques de la provincia de Quebec.

La estructura del documental da cuenta de la complejidad del fenómeno en Haida Gwaii, y por ende de la complejidad de las soluciones y conflictos que se crean en la protección o explotación de los recursos. De ahí que vemos cómo, a través de un recorrido en el tiempo, los indígenas Haida bloquearon carreteras en las islas, impidiendo que los camiones de las industrias madereras prosiguiesen su labor, visitaron la corte suprema, redactaron artículos, fueron a la ONU. Nada de lo cual hubiese tenido el mismo resultado, según lo que se muestra en la cinta y me explicó Dafne, sin la unión de la nación Haida con los “blancos.” Luego de lograr frenar el deterioro de los bosques, los Haida pudieron comprar la mayor parte de las islas y detener así la erosión total de los bosques. Además de que estos indígenas aplican ahora sus propias leyes y autoridad en casi todo el territorio, como resultado de una lucha legal con el gobierno de Canadá.

De la fuerza de voluntad, de la organización de todos los habitantes, sin importar origen racial o étnico, se propuso dar alternativas al desarrollo económico de las islas, pues no bastaba −muestra el corto−, con defender y bloquear carreteras. Se propuso hacer otro tipo de economía, como la compañía de Dafne, la cual confecciona comida con algas, entre ellas; “lasaña”, o que los colonos planten y vendan verduras orgánicas, o que el turismo, uno de los motores principales de la región, se haga con consciencia ecológica, en donde se invita y recibe a un turismo que respete tanto la fauna y la flora como el modo de vida y cultura de los habitantes.

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Todavía se cortan árboles en los sectores privados que ofrece el gobierno canadiense a las compañías forestales y en las mismas tierras Haida, a causa de la corrupción. “La corrupción –me previno Dafne, ahora ya preparando la cena para los miembros de la revista Viceversa a los que invitó, con esa gran generosidad y altruismo que le he conocido por años−, es un problema en la comunidad Haida. A pesar de todo el trabajo por frenar la deforestación, varios indígenas se dejan sobornar y venden cientos de hectáreas de árboles centenarios.” De este modo, la lucha no solo es contra las grandes empresas de fuera sino contra el alma misma de quienes viven adentro. “Pero, lo importante −me deja ver la mexicana-canadiense−, es que la tradición cultural y política Haida es la que rige las islas y con ello las leyes de protección ambiental y la necesidad de preservar los recursos por un bien colectivo es lo que prima en las decisiones y vida locales.”

De hecho, podemos observar en la cinta la influencia del arte y cultura Haida en la manera cómo se manejan las imágenes. Existe una poética intrínseca en las tomas. Dafne me dice al respecto que, precisamente uno de los objetivos del documental es hacerlo poético, artístico, como las obras de los Haida. En este sentido, At the Edge of the World cobra un sentido casi totémico en su representación misma. La poética de las imágenes es como la poética del arte indígena representado en sus cajas, cestas, mantas y canoas. Un ejemplo es la escena constante de una ballena, de su cola. Es como si esta ballena fuera la que acompañase la barca del director o equipo de producción y sobre todo que protegiese Haida Gwaii, tal y como tiene por función el animal representado en las imágenes totémicas o los animales pintados o esculpidos en las canoas. Otro ejemplo es la superposición de imágenes de árboles, vistos desde cerca, como protectores o cuya importancia se realiza dentro de un ecosistema. Función diversa a la imagen de la mecánica o de reproducción de objetos en serie, como son los muebles, casas o papel publicitario, fruto de la deforestación desmedida. De esta forma, en la cinta, las imágenes de los árboles se vuelven simbólicas y útiles, pero no útiles en el sentido de la reproducción mecánica de un objeto o de un producto en serie, sino necesarios como seres vivos y actuantes con nosotros. Como lo afirma el filósofo alemán Walter Benjamin en su texto; “La obra de arte en la época de su reproducción técnica”; la poética de la cinta refleja “un aura.” El aura para Benjamin es la autenticidad del objetivo simbólico y cultural de la obra de arte o el espacio natural, y a lo cual tenemos un acceso directo. Esto es; el documental no solo es un espacio cinético de información, hecho a través de la tecnología que toma y saca a la naturaleza, animales o sus habitantes de un espacio auténtico para luego reproducirlo en serie a la mayor cantidad de personas posibles, solo con fines comerciales, o para despojar al árbol de su función original, sino que, por medio de símbolos en la cinta y de un arte fotográfico, vuelve al documentario un arte vivo y totémico.

A este respecto, recordemos que para los Haida la orca, el oso o cualquier otro animal esculpido en un tótem, como figura principal, así como los otros animales tallados en el árbol, cuentan la historia de un clan y pueden ser a la vez protectores del mismo o de un jefe. Las figuras pintadas en las casas son el animal que cuida a los que viven dentro y la madera misma es la piel del animal, los pilares son los huesos. La casa, las cajas y canoas tienen vida propia, dada por la obra de arte de los animales dibujados o esculpidos. De ahí que el documental se presente, entre otras cosas, como una escultura Haida, una obra de arte que va más allá de su función social o mediática de reproducción en serie, pues al retomar la escatología de esta nación se muestra como ánima que cuida, protege y guía a los personajes y personas entrevistadas y a todos los actos y sitios que vemos. Se respetó así la tradición y creencias Haida y con ello se dio un valor mismo simbólico poético al documental. Como me dijo Dafne: “todo lo que se filmó, dijo y preparó tuvo que ser aceptado y comentado por el jefe de la nación y en acuerdo respetuoso de su nación.”

Cuando acabamos de ver el documental, nos parece que Haida Gwaii es el Edén tan anhelado y que, tal vez, sea uno de los últimos recónditos de la tierra en este estado natural, en equilibrio ecológico y con un modo de vida sustentable, “sin embargo −nos previene Dafne−, el documental no lo hicimos para mostrar a la gente que esto es el paraíso o para que todos se vengan acá –rio−, sino para que todos hagan algo similar desde donde viven. Cada uno puede hacerlo.”

 

ROMAN FEUILLETON (ch.2) : “RAIN BIRD”

Pour des raisons techniques, j’arrête  aujourd’hui la publication  de ce roman feuilleton sur les pages de ViceVersa. J’invite tous ceux qui veulent  suivre sa publication quotidienne  à se brancher  sur ma page personnelle  de facebook et sur  Fulvio-caccia.com. Bonne lecture.

Fulvio Caccia

2. La visite inopinée du commissaire divisionnaire lui avait scié les jambes. Lui qui s’était fait une joie de rénover la maison pour commencer sa nouvelle vie, regardait maintenant d’un air désolé l’état de son chantier. Les piles de lattes de bois flottant, les feuilles de placo dans la cuisine, le ravalement de la façade externe… les escaliers à terminer. Il se demandait comment il allait finir avant la rentrée. David lui avait bien promis à son retour de lui donner un “coup de main”. Mais pouvait-il vraiment compter sur son fils qui, de surcroît, était à 4 000 km ? Et voilà que ce roman oublié lui rebondissait à la figure par le moins prévisible de ses lecteurs : un policier !

Fox s’écrasa sur le canapé, fixant un point indéfini devant lui. Il resta ainsi un bon moment puis lentement regarda ses mains tachées de peinture : elles tremblaient. Etait-il déjà en train de se comporter comme le coupable idéal ? Il comprit qu’il devait agir.

Sur son bureau trônait l’ordinateur. Il se leva, arracha la housse qui le recouvrait et l’alluma. Ses doigts gourds pianotèrent fébrilement toutes les combinaisons en anglais et en français des mots suivants : fait divers, Septième Ciel, Venice, Californie, drogue. Sur l’écran apparurent une vingtaine de références qui ne lui apprirent rien d’autre que ce que disait la coupure de journal laissée par le commissaire. En Californie, un SDF, sous l’emprise de cette drogue synthétisée depuis quelques années déjà, aurait “dévoré” le visage d’un malheureux congénère au point de le rendre méconnaissable. Fox resta dubitatif sur l’utilisation du terme «dévoration» par les journalistes mais s’inquiéta des propos des autorités qui redoutaient qu’une recrudescence de violence sauvage ne déferle à son tour sur l’Europe.

Quant au meurtre survenu il y a cinq ans, c’était toujours la même brève qu’il avait consultée alors. Un homme de vingt-sept ans avait été trouvé dans une mare de sang, vers 4h30 du matin, mortellement blessé au niveau du cou. L’article se terminait ainsi : ” la brigade criminelle a été chargée de l’enquête”.

ROMAN-FEUILLETON : RAIN BIRD I (Fulvio Caccia)

Chers tous,

Bonne année et tante belle cose ( beaucoup de belles choses!)

le début d’année est un excellent moment pour prendre de bonnes résolutions et offrir des cadeaux. J’ai décidé de vous en offrir un en revisitant un genre passé de mode mais qui peut retrouver des vertus inespérées grâce aux réseaux sociaux : le roman feuilleton. Certes, un réseau social ou un site web n’est pas le lieu idéal pour lire de la fiction – on préfère les chats et les images- mais qui sait ? 

  La proposition est la suivante . Aujourd’hui 4 janvier, je vais publier chaque jour pendant trente-trois jours les trente-trois chapitres d’un  roman inédit qui s’intitule ” Rain Bird”. A Vous de me faire des commentaires et d’ajouter, si ça vous chante, des extensions.

A vos marques…

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Fuir

longer les ruelles, les rues, les boulevards, les pas-de-porte…

Fuir sans répit

C’est mon destin

Fuir

Le ciel au bout de la rue ouvre

sa bouche pour m’avaler.

Je déteste le ciel et ses souterrains

Rester à la surface. M’échapper. Ne pas se faire piéger

Je cours vite, c’est ma chance

J’aurais dû me méfier d’elle

Ne pas rester ici

Avancer toujours

Ne jamais se retourner
Derrière, il y a le passé

Il y a le Jeu et ceux qui ont perdu

Moi, je n’ai pas perdu !

Je vais gagner

Ma vengeance sera cruelle

Je coincerai ceux qui m’ont piégé

Je tendrai un guet-apens encore plus improbable

Je commencerai par la première avec ses faux

airs de Lolita

La fuite, voilà le but, ma seule hygiène de vie maintenant

Chacun pour soi. Run for your life.

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1.

“Mais puisque je vous dis que je n’en sais rien !”

Dans son bleu de travail, Nathanaël Fox peinait à contenir son agacement. Debout devant lui, le commissaire Marleau, la moustache broussailleuse, brandissait un livre à couverture noire et jaune dont plusieurs pages étaient cornées.

  • C’est quand même vous qui avez écrit ça.

  • Oui, mais ce n’est pas moi qui ai tué ce pauvre malheureux !

Nathanaël détourna le regard. Ses lèvres frémissaient de rage. C’était une belle journée de juin. Le commissaire avait fait irruption juste après la pose des tuyaux de la cuisine. Son coup de téléphone de la veille l’avait intrigué. “C’est par rapport à votre roman”, avait-il dit de sa voix enrouée de fumeur de Gitanes. D’abord il avait été intrigué puis ravi que quelqu’un comme lui s’intéresse à son histoire tant d’années après.

Maintenant, sa masse imposante s’érigeait dans la pièce comme la statue du commandeur. Fox remarqua la poussière qui dansait dans les rais de lumière et pensa qu’il devait épousseter sa bibliothèque. A quand remontait son dernier ménage ? Cinq ans peut-être, soit à l’époque où il avait publié ce satané livre.

    • Il n’y a rien à comprendre, ajouta-t-il.

    • Pourquoi ? répliqua le policier.

Il avait croisé les bras. Ses yeux globuleux le fixaient. Il y eut un long silence. Nathanaël essayait de rassembler ses idées. Il savait que tout ce qu’il dirait pouvait se retourner contre lui.

    • Je comprends que cela peut vous paraître bizarre. Mais je ne peux vous fournir aucune explication rationnelle. C’est une simple coïncidence.

Marleau s’était déplacé de côté et le scrutait maintenant avec la curiosité de celui qui observe une mouche se débattre dans une toile d’araignée.

    • Où étiez-vous dans la nuit du 6 au 7 août 2008 ?

    • Je vous l’ai dit ! J’étais en I-ta-lie avec ma femme.

Sa colère gonflait les veines de ses tempes.

    • Quelqu’un vous a prévenu ?

    • C’est une voisine qui s’occupait d’arroser nos plantes durant notre absence.

    • Henriette Bourgeoys?

Fox le regarda, surpris.

    • Oui.

    • Elle vous a téléphoné le jour même?

    • Oui, acquiesça-t-il. Sur mon portable. Son appartement surplombe le parc.

    • Et les circonstances de ce meurtre ne vous ont pas étonné ?

Nathanaël fronça les sourcils.

          • Ce n’était pas un meurtre. Les autorités, alors, ont parlé d’un suicide.

    • Comment le savez-vous ?

    • On me l’a dit. Je ne m’en souviens plus… dit-il, excédé.

    • Vous ne vous souvenez plus ?

Si Fox avait eu des kalachnikovs à la place des yeux, la carcasse du commissaire serait devenue une passoire. Tout en lui le dégoûtait : ses mains grasses, son regard vitreux, sa toux de fumeur, ses dents jaunis par la nicotine, ses ongles rongés jusqu’au sang, son sans-gêne…

Maintenant Marleau s’était assis d’autorité dans son fauteuil de cuir noir et le défiait. Il avait croisé les doigts sur son ventre qui formait une boursouflure sous son veston mal boutonné. Il regarda autour de lui, fouilla sur la petite table basse où Nathanaël avait laissé ses cartes de visite; il en prit une, la lut et grimaça.

        • Il est où votre instrument de torture ?

    • Vous êtes assis dessus! rétorqua Fox.

Marleau faillit bondir du fauteuil comme s’il était assis sur un volcan, mais se ressaisit.

          • Vous n’avez pas répondu à ma dernière question.

    • Dois-je ?

Le commissaire hocha la tête. Fox reprit son souffle.

    • J’y vois deux raisons, finit par répondre Fox. La première, c’est qu’il était de notoriété publique que, la nuit venue, des jeunes faisaient le mur qui alors n’était pas très haut dans ce parc.

    • Et la seconde ? rebondit Marleau.

Sa voix s’était faite suave, exactement comme la veille au téléphone.

    • Eh bien, comment vous dire ? Cela tient à la narration même du roman.

Voyant le regard perplexe du policier, il se concentra.

    • Lorsque vous écrivez une histoire et à fortiori un roman noir, l’éventail des thèmes dont vous disposez est finalement assez réduit : une vingtaine tout au plus. La trahison, l’amour, la mort… De sorte que les possibilités de raconter une histoire s’étant réellement produite augmentent de manière directement proportionnelle.

    • Vous êtes en train de me dire que ce que vous racontez dans votre roman est le fruit du hasard.

    • Non. Je suis en train de vous dire que ce que vous prenez pour de la réalité, et donc comme une vérité, est un effet du romanesque.

Marleau fit la moue et Fox se crut obligé de préciser.

    • Exactement comme les romans qui anticipaient les événements du 11 septembre 2001 avant qu’ils se produisent.

Le policier sembla ne pas prêter attention à ce propos. Les mains dans le dos, il fit quelques pas dans le bureau. C’était la pièce la plus présentable de la maison. Dans les travaux de rénovation, Fox avait tenu à privilégier sa nouvelle profession : il avait commencé à aménager une entrée séparée pour recevoir ses patients.

    • Cela n’explique pas tout, rebondit Marleau.

    • C’est juste, mais permettez-moi de vous faire remarquer que l’histoire que j’ai imaginée ne se déroule pas dans ce parc où les mamans viennent faire jouer leurs bambins mais dans la partie est de la ville ; dans un terrain vague tout près du périph.

    • Je sais ; chez les tagueurs, les petites frappes et les dealers.

Un sourire désabusé apparut sur les lèvres inexistantes de Marleau. Il était sans doute le seul officier de police à avoir lu son roman. De ce fait, il rejoignait la petite cohorte d’initiés qui avaient succombé au “charme vénéneux de ce roman étrange, romanesque et si personnel”, dixit l’unique critique parue dans le Courrier picard.

Fox remarqua ses poches sous les yeux et sa barbe de trois jours. Pourquoi avait-il exhumé cette affaire classée ? Agissait-il de sa propre initiative ou sous les ordres de sa hiérarchie ?

Le malaise de Nathanaël devant le policier ne résultait pas seulement de l’interrogatoire. Ce Marleau était le portrait craché mais en négatif de l’inspecteur rondouillard et débonnaire qu’il avait croqué dans son roman : son interlocuteur ne pouvait pas l’avoir remarqué.

    • Évidemment, je ne crois pas deux secondes à la thèse du suicide. Et vous ?

Fox hocha la tête en essayant de masquer son trouble. Il haussa les épaules.

– Je ne me prononce pas.

– Vous devez avoir votre petite idée, non ?

– Personne n’y a cru vraiment.

Fox se mordit aussitôt les lèvres. Le policier fixait le sol. Un sourire de complicité s’esquissa pour disparaître aussitôt. Il avança vers la grande fenêtre où il pouvait regarder le jardin. Le potager, coincé dans le côté, progressait à qui mieux mieux.

    • Dites donc, il faudrait vous occuper de votre carré de légumes.

    • Je suis pour les légumes libres ! affirma Fox d’un ton las.

Marleau le regarda, perplexe.

    • Que faites-vous pousser ?

    • … des fines herbes, surtout du basilic.

    • Je vois, vous avez bien une trentaine de plants. Pourquoi autant ?

    • C’est la seule espèce qui pousse dans ce jardin. Comme vous pouvez le constater, je n’ai pas le temps de m’en occuper.

    • Et après que faites-vous ?

    • Je le récolte, j’en fais du pistou et je régale mes amis. Si je ne suis pas en prison, je vous en ferai goûter !

Marleau ne répondit pas. Son visage s’était refermé. Il semblait à nouveau absorbé par ses pensées. Il marcha jusqu’au fond du bureau, les mains dans le dos, et se retourna.

    • À vrai dire, je me fous de savoir si c’est un meurtre ou un suicide. Ce dont je ne me fous pas en revanche, c’est ça !

Le commissaire avait jeté sur la table l’édition de Direct matin de l’avant-veille. Il titrait sur une “importante saisie du Septième Ciel”, la nouvelle drogue cannibale. Fox blêmit.

    • Ça aussi c’était dans votre “roman”, monsieur FOX, lui dit-il en insistant sur son nom. C’est ainsi que vous vous appelez maintenant, n’est-ce pas ?!

Nathanaël plissa des yeux. Le salaud avait déjà fait sa petite enquête sur son compte.

    • J’ai changé de nom lorsque je me suis fait naturaliser. J’ai le droit, dit-il avec fermeté.

    • Vous avez tout à fait le droit, monsieur… FOX.

Puis Marleau le toisa.

    • Vous êtes un curieux personnage, monsieur FOX. De deux choses l’une, ou bien vous êtes un fin renard qui cache ses activités sous une identité de façade ou bien vous êtes un menteur, pire un taré, voire un psychopathe qui s’amuse à décrire ses méfaits avant de les commettre.

Il balança sa carte de visite sur la table basse.

    • Au cas où la mémoire vous reviendrait.

Fox encaissa le coup. Au seuil de la porte, le commissaire se retourna.

– Au fait, prévenez-moi lorsque vous utiliserez mon nom et ma trombine dans votre prochain roman, ça pourrait me vexer.

Il l’entendit descendre l’escalier d’un pas lourd, puis la porte claqua.