Eduardo Magoo Nico
Con sus sucesivos cambios la danza de origen afro-antillano, que luego se llamó Habanera, fue la preferida en los cuartos de las chinas cuarteleras (negras, mulatas, mestizas, indias y de vez en cuando alguna blanca) donde antes de 1850 ya se bailaba con pareja abrazada (la mujer siempre retrocediendo y los cuerpos en contacto “tanto más o menos, según fuera la confianza habida”, pero “sin contorsiones ni traspieses buscados”). Esa danza, decíamos (por no decir Tango, pues tango era todavía todo lo que bailaban los negros) fue modificando paulatinamente sus componentes coreográficos que la lascivia del orillero penetró con las más imprevistas y pintorescas figuras, surgiendo entonces el corte y la quebrada, que el bailarín negro no demoró en aplicar a la Milonga y a todo lo que se bailara en los cuartos de las chinas.
“La popularidad que conquistaba la milonga danzable, sugirió en el suburbio un nuevo lucro, y se instalaron salones de bailes públicos, con el consabido anexo de bebidas.” Estos salones de bailes públicos son las Academias, perfectamente descriptas por el ensayista uruguayo Vicente Rossi, en “Cosas de negros” de 1926, así como la gran participación que en ellas cuadró a los negros (tesis ésta que contara con el sostén de Jorge Luis Borges entre sus mayores defensores), y el hecho muy importante, de que allí no se utilizaba la danza como antesala del libertinaje, sino como un fin en sí misma.
En las Academias surge entonces una subclase especializada de nuestro primer proletariado (en su mayoría negro y proveniente del tráfico de esclavos). “A las danzaderas, pardas y blancas, no se les exigía ningún rasgo de belleza, sino que fueran buenas bailarinas y lo eran a toda prueba”. Su jornal, unos centésimos que a tarifa fija le abonaba el cliente por cada pieza (a dividir con el patrón). Su tarea “fatigosa y brutal”, satisfacer “el culto de un nuevo arte de emociones y acrobacia danzante”, su existencia, “una maldición hasta para la mujer de vida airada”.
Las orquestas estaban constituidas, por lo común, por seis músicos criollos “virtuosos del oído”. El repertorio importado se interpretaba fielmente, según se dice, y con la Milonga se hacían primores. El mundo que acudía a las Academias no era ya solo el del negro que “se floreaba y divertía con sus reminiscencias raciales” sino también la juventud masculina de todas las clases sociales. Bailar estas danzas en público, sin embargo, no era para todos, y el blanco y el pardo no se adaptaban con facilidad a la técnica del negro, aceptando sus lecciones de ritual, pero no sus atrevidos desplantes. Así, a toda exageración o impetuosidad milonguera, se la llamó “cosa de negro” o “bailar a lo negro”.
Las Academias funcionaron en distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires: La Boca, Barracas, San Cristóbal y el Bajo. “Viejo Tanguero” (1) menciona tres en el Sur: Solís y Humberto I, Solís y Estados Unidos y Pozos e Independencia, “tal vez la más famosa por la gente de bronce que la frecuentaba y por el prestigio de los bailarines que concurrían”.
Nombres o mitos entre las danzarinas de color: las pardas Refucilo, Flora, Adelina, la Negra Rosa (propietaria de una casa de baile en Pompeya), la mulata María Celeste. Entre los bailarines iniciales: los negros Cotongo y Benguela.
Los propietarios de las tan mentadas academias de baile, eran en su mayor parte hombres de color y otro tanto ocurría con sus tan jerarquizadas regentas, como la ya evocada por “Viejo Tanguero”, Carmen Gómez (2), una parda que valiéndose de un brujo negro, rodeó muy adecuadamente con sal la casa de su adversaria (de igual tez, pero Agustina de nombre) con el afán de provocarle “un mal”.
El tango que se conoce en la actualidad se formó mediante “el contacto del hombre de color y el orillero. Los ritmos europeos adquirían el ritmo de los tamboriles y el canto de África. Este tango, ligado aún a su origen en los sitios de los negros, poseía una coreografía que lo destacaba de la música ciudadana de la época.” (3)
Aquellos tangos (desaparecidos o agonizantes los cuartos de las chinas y las primeras Academias) continuaron bailándose, en los burdeles, en los clandestinos, en los centros nocturnos de Palermo… Recordemos que el desarrollo de la prostitución organizada se inició en nuestro país después de 1870, debido sobre todo, a la prevalencia de la población masculina proveniente de la inmigración. “No fue difícil que, ante la magnitud del fenómeno prostitucional, el burdel se convirtiera en la institución orillera por excelencia, y sus personajes típicos (el canfinflero, la madama, la taquera) en una suerte de próceres o aristocracia negra en la ciudad del mal. El tango llegó siguiendo este maligno prestigio, fraguando en una forma bailable que luego sería musical, el carácter de la orilla ciudadana, hábitat de todo el margen de la sociedad” (4)
Los hombres de color fueron desapareciendo (como bailarines) de los lugares de tango. Hacia finales del siglo XIX y en los comienzos del nuevo siglo, a la aniquilación física en la guerra fratricida con el Paraguay, y en la sucesiva epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en 1871, sigue una Política de Estado de “invisibilización” de indios y negros en la sociedad, barridos por el torrente de la masiva inmigración blanca europea. El rechazo de la negritud se acrecienta con la pompa y el boato que van adquiriendo algunos de esos nuevos lugares de tango (ya de moda en París). Pero su participación no se borra definitivamente, sino que ahora empezarán a convertirse en los más prestigiosos musicantes de los clandestinos rumbosos, de los apeaderos del sabalaje, de las nocturnas jodas de los recreos de Palermo. En cuanto a las pardas, las mulatas, las negras, serán sustituídas paulatinamente por las milonguitas, y por las nuevas putas europeas: “sífilis embarcadas en Marsella/ ladillas gigantescas de Varsovia”.
Una cierta lectura de la toponimia de las calles de Buenos Aires podría hacernos pensar en una apología de todos los genocidios. Las calles rebosan de nombres de militares “ilustres”, pero en ningún lado se recuerda el nombre (en ningún bar, ninguna esquina, ninguna plaza, ninguna placa) de estas primeras bailarinas de tango (casi siempre negras, chinas o mulatas), que contribuyeron a crear, y sobre todo, enseñaron a bailar (y en la transmisión, recordemos, se fija, se sistematiza, se denomina, la figura coreográfica) una danza que es hoy reconocida por la UNESCO, como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Tenían un nombre estas mujeres corajudas (5) que enseñaban a danzar “con corte” en las Academias, y antes y después, en los piringundines, prostíbulos y cabarets de Buenos Aires, aunque por ser hijas de la esclavitud (de la vieja y de la siempre renovada esclavitud) no se les haya otorgado el derecho de tener una historia (6).
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1) “Viejo Tanguero”, autor de un artículo publicado en “Crítica”, el 22 de septiembre de 1913, con el siguiente título: “El tango: su evolución y su historia. Quienes lo implantaron”. De acuerdo a Cárdenas (1971:28) dicho seudónimo presumiblemente correspondería al periodista José Antonio Saldías.
2)Este mismo “Viejo Tanguero” (que pareciera considerar el vocablo “piringundín” como de antigua data, y el de “academia”, como posterior a aquél) cita también la Academia de la plaza Lorea donde descollaba la fama de Cármen Gómez, “una hábil milonguera capaz de arremeter contra un cuadro de caballería”, y las del centro: la “Stella di Roma” o “Baile de Pepín” (Corrientes y Uruguay), “Scudo de Italia” (Corrientes casi Uruguay) y la “Casa de Provín” (Corrientes y Talcahuano).
3)Vicente Gesualdo manifiesta coincidentemente que: “Morenos y pardos están en la historia del tango desde su origen, cuando mucho antes de 1870 se bailaba en la casa de la parda Carmen Gómez, en cuyo local tocaba el piano el morenito Alejandro Vilela. En esos lugares de mala fama tuvo su origen el tango, estrechamente ligado a la música que realizaban los negros en sus sitios”. (Citado por Puccia: 1976:76).
4) Matamoro: 1969 : 40
5)Roberto Selles, en su artículo “Los negros del tango, de Casimiro a Rosendo”, agrega otros nombres: Clotilde Lemos (debutó como bailarina en la Academia de Pardos y Morenos, en la actual calle Lavalle en Bs. As. entre 1855 y 1860); la Parda Deolinda, milonguera y propietaria de un sitio de baile, en Montevideo. “Dotada de un magnífico cuerpo y original belleza -nos hace saber su compatriota Pintín Castellanos- amén de un carácter de los mil demonios, tenía extraordinaria habilidad para bailar con corte y quebrada (…) los varones de aquellos lugares, pese a su probada guapeza, no se atrevían mucho con la parda. Entre 1880 y 1886, el Jefe de Policía, Apolinario Gayoso, la deportó -a causa de las muchas trifulcas en las que era protagonista- a Buenos Aires. Aquí, continuó con las filigranas de sus pies y con su bravura… ¡Murió en duelo criollo!”.Otras de las negras al frente de una Academia en Montevideo, fue la morena Sixta que había obtenido jinetas de sargento de este lado del Plata en la batalla de Caseros (solía hacer uso de su viejo fusil con bayoneta, cuando la batahola era grande).
(6)En las Academias porteñas, se destacan varias pardas legendarias, la Parda Loreto, y las ya mencionadas Parda Refucilo y la Parda Flora (personaje mítico) al cual se le atribuye esta hermosa frase: “¡Que haiga relajo, pero con orden!”. Supongo que luego agregaría un “¡carajo!”. Pero eso lo dejo como abono para el terreno de las conjeturas. Hay autores que agregan otros nombres entre las pioneras. Me quedo para este retazo colorido, con las que por su apodo, o alguna descripción existente, denuncian su origen Afro o Amerindio: la Negra María, la Parda Corina, la Parda Esther (bailaba con el Pardo Santillán), la Paulina (italiana rubia, que siendo compañera del Negro Casimiro hasta su muerte, debo considerar mestiza), la Peti (bailaba con el Negro Pavura), la China Venicia (citada por “Viejo Tanguero”), y Concepción Amaya “Mamita” (su “casa” es una leyenda tanguera por todo lo que allí sucedió y los personajes que por ella pasaron, la describen con el cutis morocho oscuro, mas bien achinada, brava y de ojos negros).
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Foto: Comunidad Camundá o Cabundá en una villa de Buenos Aires. Publicada en la revista “Caras y
Caretas” en 1908 (Archivo General de la Nación).
Texto: Eduardo Magoo Nico
Para una versión con mayores detalles dirigirse al blog del autor:
http://magoolefou.blogspot.it/2013/02/el-tango-de-las-academias-en-el-rio-de.html