Poemas de Ramón de Elía

Los poemas que aquí se presentan del autor son de una voz que ha viajado de Buenos Aires a Montreal y Viceversa. La palabra que se va y vuelve a una  vida que ya es ajena y otra. La poesía de De Elía es un seguimiento de su prosa; letras que buscan, dudan, se encuentran consigo mismo, en este mundo que nunca es claro, ni definitivo. El viaje inesperado, la vuelta a casa, una casa que fue y es otra, como lo somos todos tras un largo viaje que no halla fin.

Israel Mota Berriozábal. Acuarela sobre papel, 1992, circa.
Israel Mota Berriozábal. Acuarela sobre papel, 1992, circa.

 

Sobre todo la sorpresa

de verme así,

tan no lo que pensé

tan otras las circunstancias

como si mis certezas hubieran

caído bajo el azote de la lavandina.

 

Y no es que la ruta elegida haya sido atroz

no es que en aquella puerta que no abrí

se escondiera el premio

no es que no haya visto lo que debería haber visto.

Avancé casi sin obstáculos

hacia este desierto que estaba allí

esperándome

cualquiera fuera el camino que tomara.

 

Aquel, atropellado, ha metido su vida en la cuneta

aquel, cauto, ha esperado la certeza que no vino.

Aquel, feliz, avanzó sabiéndose feliz cualquiera fuera el derrotero.

 

Aquel, el del espejo, creyó ser aquellos:

practicó el arrebato, el cálculo y la bonhomía

quizás asincopádamente

quizás asincrónicamente

quizás artificialmente

como quien no sabe

lo que busca

o lo que piensa

o lo que espera

 

Aquel, el del espejo,

atraviesa la vía férrea de la lógica

en un paso a nivel abandonado.

 

Israel Mota Berriozábal. Pastel sobre cartón. 1994, circa.
Israel Mota Berriozábal. Pastel sobre cartón. 1994, circa.

 

No digas que no te avisé

Sí, lo dijiste

pero no recuerdo haber comprendido

como si tu voz proviniera del horizonte

o de una fosa balconeando la nada.

 

Finalmente

uno más uno fueron dos.

Pero ya era tarde

y el tiempo lo paso

explicando esa demora

como algo razonable, inevitable

normal para un tipo como yo.

 

Principio

No es fácil confesarle a un extraño nuestros más profundos miedos. Uno arriesga o bien la sorna o bien la compasión, pero rara vez una tierna cofradía.

Uno tendería a creer que la falta se encuentra en aquel que nos escucha desde el otro lado de esa profunda fosa. Pero cuando uno recapitula y se somete al severo test de examinar estrictamente sus dichos, uno mismo siente una suerte de rechazo por aquel que abrió la boca sin importarle exhibir sus caries y su glotis. El extraño entonces es uno mismo, el que desea escapar de aquel que dice lo indecible o expone con precisión lo que todo el mundo sabe.

¿Quién  acaso no conoció o imaginó el horror? ¿Para qué explayarse con el folclor que arrastra cada uno?

Es así que uno termina por callarse.

Un joven me habla ahora, y yo soy el extraño que lo escucha. No solo no sé qué decirle sino que no sé cómo escucharlo: pretendo concentración en sus dichos cuando en realidad solo elaboro mi teatral postura. Estoy al otro lado de esa infinita fosa y él sospecha que me pierde. Todo intento de fraguar empatía colisiona con una máscara humana ya no humana. El joven sabe que me pierde; o él mismo, ya extraño de sí mismo, no concibe otro final que la distancia sin camino. Se pone de pie y nos despedimos. El joven se aleja de mí y de sí mismo. No podrá ocultar jamás que ya no es uno.

Yo, espejo del joven y del extraño que he sido, avanzo hacia una puerta cerrada que ni el amor ni el deber han sabido como abrir.

 

No sé si es consecuencia de una descomposición molecular, de una lucha de clases entre neuronas, o es fruto real de la experiencia vivida. No lo sé. Sí sé que advierto, tan claramente como un cambio de color en el ocaso, que a aquel que fui –aquel caballero medieval prefigurando la batalla– ya apenas se lo ve. A veces deambula por mi casa cargado de sueños y de nuevas energías, pero cada vez menos.

En general sonríe y se sumerge en las certezas que le da el “amarás al prójimo como a ti mismo”. Y luego vuelve a su sillón.

 

Silencio negro:

dificultad para emitir palabras

o mover la pluma,

inversión del decir en escucha,

agujero que engolfa cual estepa rusa

todo derredor iridiscente.

Caen hacia mí

una melodía-herida

una sentencia-verdad

una mentira-bella

una melodía-que-fue-herida

una sentencia-verdad-ya-perimida

una mentira-bella-aún-más-bella.

Y al fin el alba

transforma el silencio negro en simple silencio

donde no hay ni trovador ni amada

 

Si hoy me derramo

con la viscosa superfluidez del enamorado

la noche será larga y la mañana infame.

Bajo semen, lágrimas, sudor, saliva

y otros flujos con nombre o sin nombre

yace abandonada la palabra que no dije.

No dije antes ni después;

Primó entonces la cautela,

luego la razón devolvió sentido a mi silencio.

El enamorado ha aprendido a callar

a dejar caer el corazón en un abismo

a salvar el honor en la hipotética caída

a alejar lo real de esa hipotética caída.