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En el estómago de Scilla

Ángel Mota Berriozábal

Juan baja del tren en Scilla. Es el único pasajero en sus andenes. La pesadez del sol acapara pronto sus movimientos. Su mirada se dilata con la insistencia de la luz. Poco a poco toma conciencia de la estación. Observa que tanto la taquilla como lo que eran tiendas se asoman abandonadas y con los vidrios rotos. Grafitos cubren la sala de espera. Tanto silencio le apacigua y sorprende. Se siente como si fuera la única persona en todo el puerto. Alcanza una escalera paramentada de basura. Baja hasta entrar a un oscuro túnel.

El sol lo alcanza en una calle. Al cruzar el asfalto da con una posada. Su nombre le hace sonreír: ¨Las Sirenas¨. Una mujerona calabrés lo instala en un cuarto húmedo. No tarda en salir a un patio. Se sienta frente a todo el pueblo:

−Así que tú eres Scilla. Así me miras vestida con un castillo de Aragón. Bostezas cuando la espuma duerme y traspiras con cada roca en el áspero muelle. Ahí estás Scilla como risco decaído, estirando esa hilera de tejados. Ahí estás como bestia desaparecida. Amenazas tan sólo la continuidad del agua y el paso de las olas.  Una mujer lava ropa a mano a su lado y su niño lo mira con curiosidad. La ropa que cuelga se agita fuerte por el viento. Una radio mal sintonizada suena lejana. Juan se levanta de improviso y se dirige a la antigua bestia. Lento, entierra sus pies en la arena. Observa la colina que sube por Scilla y las escalinatas que portan al castillo. La montaña de Scilla lo acoge con un camino de bellas casas de piedra. Juan Cristóbal entra al castillo. Observa desde su cima el encuentro de las corrientes, esas que hundían a los navíos en tiempos de Homero.

 −Scilla ya no eres nada; el simple soporte de un castillo en ruinas y el marco de un apacible malecón. Cuántos barcos no yacen en tu boca, cuántos cráneos no se conservan en el coral de tus entrañas. Y todos se incrustan en silencio, otorgando alimento al pez.

Juan decide caminar hacia el otro lado de puerto: un malecón de casas del lado derecho de la montaña. Un túnel, pequeño, es el único camino posible. Se mete a él. Empero, los primeros brotes de luz aparecen pronto y más confiado sale a una callejuela. Estrecha y curiosa la habitan perros, niños y uno que otro pescador con la red al hombro. Observa las casas de los pescadores: cubículos sobre el mar sostenidos por rocas marinas. Se sostienen una al lado de la otra.

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Camina unos minutos y encuentra una playa que rompe con la continuidad de casas en hilera. En ella observa una antigua casa neoclásica enorme. La cuida un patio de arena y rocas donde reposan unas lanchas azules. Para proteger el recinto, el mar abraza sus muros con cada oleaje. Va hacia el edificio mirando de soslayo, por si alguien lo sorprende o reprime. Se acerca con temor pero con extrema curiosidad. Ahí está la casa frente a él, completamente abandonada, apenas de pie. Juan Cristóbal salta por una de las ventanas.

Cae en maderos que quiebra. Enseguida se oyen sonidos de ratas. No puede distinguir nada. Tantea mientras se quiebran objetos a sus pies. Su estómago se entume por el miedo a la oscuridad mas continúa dando pasos. Después de minutos de silencio y de oscuridad su mente tiene que crear imágenes. Convoca todas las ideas, personas o espacios que puedan cumplir como figura clara, como objeto reconocible. Ni un sólo recuerdo le ayuda. Recurre a la zaga de la mirada mas sus ojos sólo distinguen las formas deformes de los objetos.

 Poco a poco con ayuda de la luz del exterior y la costumbre de los ojos comienza a distinguir objetos. Ve maderos alborotados en el piso. Camina entre escombros. Siente miedo. Pero eso mismo lo empuja a seguir adelante. Su miedo se torna en sorpresa cuando percibe varias puertas que conducen a diversos pasillos.

 Con escalofríos busca la ventana por la que entró. Inútil. El encierro lo sofoca; suda y tensa su cuerpo. Opta por una de las puertas como posible salida. Da a un pasillo. Encuentra un arco devastado que lo introduce a un túnel. Camina un poco y descubre una escalera de piedra que va al interior de la gruta. Las desciende aspirando un olor de humedad putrefacto. De esa humedad que paraliza los pulmones. El hedor del encierro lo encamina al interior de lo que se anuncia como una construcción subterránea. El desgaste de los ladrillos, las antiguas cruces e inscripciones cristianas le hacen creer que deambula entre catacumbas.

Una serie de trozos innumerables de edificios góticos, bizantinos, romanos, etruscos se incrustan en los muros sin ningún orden. Rostros, brazos, dorsos de m­ármol decoran también los paleocristianos muros. Divisa un fresco con imágenes de santos y divinidades romanas. Se confunde con gotas de agua, gotas corroídas en los descoloridos diseños e imágenes. Da con letras de lo que fueron inscripciones dóricas en pillastres y cornisas. Desciende por unas escaleras deformes, comidas por el tiempo. Esta vez la oscuridad hace casi imposible distinguir cualquier cosa. Leves luces se filtran por orificios de la gruta. Las escaleras lo llevan a un laberinto, un laberinto de arcos y ojivas que componen diversas estancias y células; todas vacías. En una célula encuentra unas catacumbas en donde se sostiene una clara estatuilla de Mitra. La diosa de la vida no está sola. Dos personas conversan en voz alta. Conversan en una lengua extraña. Se acerca. Lo miran y huyen. Va tras de ellos desesperado. Nota sus túnicas pero no puede distinguirlos bien. Los persigue en el laberinto. Escucha sus pasos escabullirse por estancias donde ya no puede ver nada. Se pega a menudo con muros, resbala por la humedad del deforme piso. Las voces se acentúan junto a él. Corre hacia el lado del sonido mas tropieza con un círculo; un pozo de ladrillos. Las voces vibran. Las sigue. Palpando y golpeándose las rodillas encuentra unas escaleras. Baja. Las voces no sólo se hacen más claras sino que se multiplican. Siente un miedo paralizante. La curiosidad es más fuerte. Prosigue, las voces se vuelven gritos y lamentos, algunos conversan otros ríen.

Los murmullos se posan en eco en los poros de cada muro. Convergen como remolinos entre ladrillos y gotas de agua. Una leve luz perfora por un orificio. Una persona pasa corriendo. Juan no sabe si es mujer u hombre. La persigue, se tropieza, cae y se levanta mojado. Se escuchan gritos de mujeres y alaridos insoportables. Corre. Se ha perdido por completo. La persona se apresura a otro cuarto, pasando frente a él. Los gritos se oyen más claros y le dan escalofríos. Por fin Juan la encuentra encerrada entre muros. Con una leve luz infiltrada de lejos trata de verla. Esta se acuclilla. Se tapa la cara con las manos y con un velo en la cabeza.

−No, no por favor, ya no me saque, se lo suplico.

−Deje a mi hija en paz bastardo, déjenos.

Una mujer madura lo fija con ojos de rencor.

−No entiendo. Yo sólo quiero saber…

−¡Hijo de puta, déjanos en paz, no le hemos hecho nada! −reafirma mientras la muchacha llora incesante.

−Me confunde; yo sólo quiero saber sobre este lugar, sobre ustedes.

−¿Qué no has tenido suficiente? ¡Déjenos! −grita la mujer, seguida de otros gritos a su alrededor.

−Usted no me conoce. Soy…

−Un bastardo como todos los otros.

−No sé donde estoy señora, necesito su ayuda.

La madre guarda silencio mientras abraza a la hija.

−No quiero hacerle daño…

−¿A ti también te trajeron los soldados? −interrumpe la mujer.

−¿Cuáles soldados?

Lo mira con odio pero más tranquila.

−Sólo quiero salir de aquí, ¡Ayúdenme!

−Se me hace que a ti también te metieron y de aquí no vas a salir. Nos tienen encerradas.

−¿Quién?

−Cómo quién, pues ellos.

−¿Ellos?

−No ve cómo nos tienen. No tenemos ni cama, ni plato donde comer y casi siempre nos amarran durante días. Nos tienen comiendo nuestros orines y excremento. Cuando se aparece un sargento o alguien con soldados entran con una lámpara de mano y nos iluminan las caras para ver donde andamos y a quien se llevan. A veces se jalan a dos. Con los ojos vendados no suben a un autobús. En lo que recorremos un bosque, porque a eso huele, nos golpean e insultan. Cuando bajamos del autobús escuchamos los alaridos de las otras. Nos meten a culatazos. A cada una la encierran en un cuarto distinto. Sin quitarnos la venda nos amarran a las camas hasta sangrar. Ni un grito, ni un alarido los detiene. A una le cortaron un pezón por gritar “demasiado”, a las más niñas les han roto todo. A otras les han abierto el vientre por estar embarazadas. A mi hija la violaron ya dos veces durante 28 horas. Cada vez que nos suben al autobús sabemos que son diez horas de tortura, diez horas de pesadilla que se repite una y otra vez. Usted no tiene cara de militar y tiene acento extranjero, a usted lo han metido, quien sabe que le harán.

−Cuéntale Emilia, cuéntale lo que te pasó.

−El día que mi embarazo les estorbó me dejaron en libertad. Pasé por un puente sobre un río de cadáveres. Centenas de cuerpos decapitados podrían el agua y esos malditos soldados me disparaban sobre la cabeza hasta que uno de los tiros me alcanzó. ¿Y a ti cómo te mataron Rita?, dile.

−A mí me mató mi marido, me mató cuando supo que los soldados me habían usado. Me dijo que había deshonrado su familia y su nombre. Después regresé aquí para ver como estaban las otras.

−Estaba tan débil, tan flaca, tan incapaz de levantarme que me mataron a palos, eso es lo último que recuerdo.

Con el escalofrío de los sollozos Juan sale de la célula corriendo. Da vueltas y vueltas en infinitas galerías de catacumbas. Se siente encerrado entre paredes y puertas en ojiva que no llevan a ninguna parte. Una ligera luz, filtrada por algún conducto le ayuda a ver más claro. Ahora, a cada paso, a cada respiración, observa atento los detalles del laberinto. Tras horas de caminar encuentra unas amplias escaleras. Ignora donde puedan llevar pero las baja. Se halla en un gran pasillo. Lo recorre con cautela mirando en cada esquina. Una corriente de agua pasa debajo de él. Escucha el sonido del mar, de lobos marinos y delfines. Eso le da esperanza. Se desplaza lento entre charcos. El pasillo da a otro pasillo y a otro hasta uno como claustro. Ahí ve una fuente con telarañas y rodeada de restos de estatuillas; de figuras jónicas. Unas sandalias de Mercurio se incrustan en estalagmitas roídas por la humedad y los hongos de las rocas.

Poco a poco como una música que crece contra su voluntad y proveniente de múltiples puntos y distancias escucha el sonido de flechas.”Anaxilaus, Anaxilaus” oye resonar en cada muro. Resuena en el mar la caída de cuerpos y gritos de dolor. Ordenes militares se repiten con desesperación, se repiten como eco de un eco. Cimbran escalofriantes sonidos de bolas de fuego, de barcos y de edificaciones destruyéndose. “Se quema nuestro rey Anaxilaus, se quema.” Escucha, como si la persona pasara a su lado. Oye un estruendo de yelmos, escudos, espadas, de solados, un tumulto de gritos y de piedras que explotan, que se enredan con los susurros del recinto.

 Busca algún hoyo, algún pasillo que lo aleje de la sala. Es una sala cerrada. Tiene que regresar a las galerías. Atraviesa de nuevo el corredor; los cantos se hacen más fuertes, piensa haber visto una procesión. Se adentra en las galerías. Vigila sus propias huellas para no caminar en círculos. Sigue una que no ha pisado. Sus pies se entierran en el lodo. Se tropieza con restos de vasijas y de restos humanos. Pilas de cadáveres se clavan en los muros. Sube y baja entre células que han perdido su piso. Choca con un muro, con otro.

 De repente, tras saltar entre células que sólo conservan el inicio de sus muros, sale a un gran espacio abierto; una llanura subterránea fuera de las galerías. Es un lugar de formas volcánicas. Grandes esculturas de piedra se yerguen excelsas en diferentes formas y tamaños: un toro con Pasifae, Fedra sentada con Teseo y un Helios solitario. Juan pasa entre ellos y avanza por la planicie. Agua de mar moja sus pies.

Atisba entre corales pedazos de esqueletos con uniformes ingleses y franceses del XVIII, cráneos con cabelleras momificadas. Cada cuerpo muestra el daño de alguna bala, bayoneta o golpe de espada. Algunos se entrelazan, otros yacen de espaldas y varios huesos desperdigados, destajados, yacen juntos en decenas de cuerpos.

 Recorre kilómetros de restos humanos. Cansado, con el vientre vacío y una sed que le destruye la garganta nota un claro de luz. Este cubre ligero una escalera de piedra. Gana los escalones. Parecen no tener fin. Pero a medida que sube la luz se hace más intensa. Jadea, suda, grita de desesperación. A veces la escalera es estrechísima, apenas si cabe. Otras es resbaladiza. Accede a una parte en caracol. Ahí la escalera está completamente iluminada. Exhausto, después de horas de subida, accede a un pasillo. Corto, desemboca en un cuarto. Una adolescente duerme junto a una ventana. Duerme protegida por las sábanas. Sueña sin cesar de agitarse. Escucha su voz, una voz copiada en decenas de ecos.

 “Estoy nerviosa, muy nerviosa. Apenas tengo quince años y ya me mandan a esta ceremonia. Somos muchas pero aun así tiemblo. Mi atavío es nuevo, sólo pocas pueden decir eso. Estoy contenta seré una de las que participarán en el baile. Lo tenemos todo practicado.”

“Aquí en Limnea nunca han visto doncellas como yo, las lacedemonias de Peloponense somos diversas más bellas y refinadas. Ellos lo saben. “

 “!Este santuario de Limnatis es impresionante¡ Aunque sus torres son tan distintas de las nuestras, las ropas de los sacerdotes tan atrasadas. Los edificios son tan grandes… ¡Qué bonita casa de Artemisa! ¿Y toda esa gente? Mujeres, niños, perros, los asnos irrumpen en nuestro cortejo, pasan. Aquí vamos, nos miramos nerviosas. Alguien me ha tomado de la mano.”

“Nos sujetaron a todas de la cintura, nos jalaron arrastrándonos por el santuario. Al tratar de escapar nos apretaban con más fuerza lastimándonos las manos o los brazos. A mí me desgarraron el vestido en medio del templo pues logré soltarme de un soldado. Al tratar de agarrarme me arrancó la parte superior de la manta. Quedé casi desnuda frente a toda la gente. A otras las forzaron arrancando sus mantos por completo. Sin misericordia las arrastraron por la duela. Sus cuerpos se ensangrentaron y ninguno de los cientos de gritos atrajo la piedad de los mesenios. A mí me cargaron dos hasta las antecámaras pues jadeé demasiado. Me arrojaron a esa sala apenas iluminada, sin muebles, sin gente.”

“Vi caer mi vestido nuevo en pedazos, en garras, lentamente en aquel lugar de vergüenza. Apenas pude cubrir mis senos con las manos. Una de esas bestias me prensó la carne con sus uñas riendo de mis gritos. Lo último que sentí fueron mis lágrimas y la sangre que corrió por mis piernas. “

“Yo vi al soldado que mató a Teleclus, lo vi clavar su espada mientras luchaba con otros al intentar defender a las vírgenes.”

“Artemisa nos has abandonado. Hemos venido peregrinando tanto tiempo desde Peloponense, desde nuestras casas ¿Acaso hemos insultado tu nombre?”

“Apolonio y Artemisa nos mandan vivir con los caldeos de Regio. Artemisa nos ha protegido de los espartanos, ha previsto este exilio para salvarnos de la masacre, nos ordena vivir aquí como un regalo, como la oferta de una nueva vida. Ofrendemos a la diosa que nos ha dado esta tierra. Aunque el exilio es la última palabra que hubiera pronunciado en Peloponense y ahora la repito en cada imagen.”

“Teleclus y las vírgenes serán vengados, sus asesinatos no quedarán impunes. La sangre de cada vástago mesenio caerá en la tierra sagrada, en los templos o poblados, en la memoria y cuantos de cada romano o espartano.”

Juan Cristóbal escucha voces a sus espaladas que recitan como en letanía:

−Se levantó la núbil de su triste cama. Llegó a la ventana temblante. Un grito fue eco de su caída. Golpeó su cabeza en el arrecife, sus piernas fueron disputa de albatros. Nada quedó de sus senos, destajados por el coral. Sólo su nombre subió por las venas de Scilla. Sollozaron sus miembros, insertados en las rocas.

Juan observa como la joven se arroja por la ventana de piedra. Con los ojos castigados por la luz se estremece y piensa en su escape. Decide buscar otra salida. Por un pasillo con duelas de piedra, encerrado por estrechos muros, Juan desemboca en otra llanura subterránea. La luz permite discernirla por completo. Varios restos de pilares se reparten en un piso de arena y piedras. Ladrillos y escaleras de mármol son restos de lo que eran casas y tal vez templos. Uno de ellos casi íntegro cuenta en el triángulo de su cima una guerra misteriosa, un héroe entre solados y caballos. Quiso discernir el héroe, quiso tocar una estatuilla. Era un Héctor roído por el tiempo.

 Se aventura al interior de este recinto. Dentro la luz se hace más escasa. Los muros están labrados con mosaicos. Cada uno de los cuatro muros está recubierto con imágenes de tritones y sirenas, de un Poseidón y hasta de Scilla. La bestia sujeta con una de sus garras un delfín. Juan se da cuenta que el recinto es una termal. Busca entonces una salida de agua, algún conducto al exterior. Se acuclilla y gateando respira los hongos de la humedad. Se levanta absorto. Toca los muros; lo único que consigue es que se desprendan trozos de tierra y cuadritos de los mosaicos. Sale con prisa del termal. Sigue su camino por la llanura subterránea. Tropieza con viejas ropas que se adhieren a sus pies. Camina y escucha el mar pero no deja de observar la cantidad de piedras, de vestigios sin sentido, de vasijas rotas y hasta libros y papeles. El sonido del mar se hace más presente. El golpe de las olas en algún acantilado parece ensordecedor.

 Con gran miedo Juan nota no muy lejos un agujero, lo bastante amplio para permitir una gran entrada de luz. “Debe ser alguna salida a algo”, se dice. Camina rápido. Imágenes de personas irreconocibles, vagas, lo siguen. Los murmullos le rozan el oído.

– No nos dejes, levanta nuestros cuerpos y dáselos de beber al sol, para que podamos levantarnos del pasado para que podamos deshacernos de nosotros mismos y desaparecer con la navaja del alba.

Mientras camina con prisa ve en las piedras y formaciones volcánicas pedazos de hombres y de mujeres; pedazos amortajados por balas o lanzas. Vestidos de toda índole se incorporan a esqueletos, cráneos con cabellos momificados. Uno de esos cráneos en el piso vigila los pies de Juan Cristóbal. Varias siluetas atraviesan las estancias. Juan se apresura y acerca al sonido de las olas. Observa uno como orificio, como una ventana de piedra por donde penetra el sol. La grieta oval se abre en una bóveda, no muy alta, de aquella gruta. Con ansiedad, sus ojos recorren aquella falla. En cada uno de sus pliegues el sol se posa ligero. El orificio, imperfecto, reluce en la frontera de la piedra y el cielo. Juan escucha una gaviota. Inmiscuido en el reflejo de la luz, el mar azota la cuna del oleaje. Con grandes esfuerzos Juan trata de escalar hasta la bóveda, sujetándose de las múltiples piedras y fracturas del muro de la gruta. Logra llegar al hoyo. Sale al exterior. Se posa en una roca volcánica áspera y enorme. El sol penetra en su rostro causándole dolor. Deja su cuerpo cansado a lo duro del piso. Comienza a mirar poco a poco sediento y cegado ese mundo al que ha salido. Se da cuenta que se halla a los pies de Scilla.

 Al salir a la superficie, hubiera deseado haber soñado, hubiera deseado haber imaginado todo, pero su cuerpo con lodo, su sed y el horror de su ropa rasgada, le dicen que no fue así.

THE SMOKEY TIMES I HAVE LOVED

Lamberto Tassinari

At the beginning there was nothing but smoke. Everyone was smoking so I did too. I smoked a lot even before being able to have sex. Smoke was for lovers, as Virginia. As a smoker I began with Jubek filtro, a short and funny cigarette created during Fascism to celebrate, I suppose, the African appendix, the newborn Empire. Smoking was strictly forbidden; paternal, maternal or societal authority would intervene smacking the kid, the adolescent smoker caught with the vice. To smoke, we would hide in an immense, abandoned Medicean fortress and, sitting in a circle like little indians, we would inhale a bitterish smoke and sometimes consume jocular, rapid handmade sex. The smoke would come out like a jet, expelled and propelled densely from our mouths and noses. These were very heavy times. The so called Modernity was already dead, over-killed by the horror and nonsense of the war which had ended only fourteen years before. But the ordinary people had forgotten the dead. We are lazy and slow. Each generation must start from the beginning and learn for itself. It’s not stupidity, it’s distraction; life makes us forget so that we can invest our energy in the business of living. Italy then had great passions, ideals and practical goals to achieve: smoke was absolutely necessary, it was so natural and it connected so naturally to things.

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First, there was the American smoke during the years of Liberation. It was a blond and sweet tobacco that pervaded the air after the lean years of autarchy. Then there were the passionate, political years with its ideological smoke which, as everyone knows is black and filterless, black finger tips and poor, needle-smoking-times. It was for serious smokers only. I was a teenager then and I knew that women were looking for men that acted like real men. I would do my best and buy, two, three, five cigarettes, never an entire package and hide them on top of a cup- board in my room. I would smoke my Camels in front of the girls or in crowded trains and bars always holding my head like Bogart. All around me they were making a nation. Nobody would talk about cancer. Smoke then was not linked to hospitals, and statistics but to true love, beauty and romantic Hollywood deaths. Smoke was a social link at a lower and more popular level. And the offering of the small, round, white cylinder or the fire to go with it was enough to initiate a (hi)story. I never liked home-made cigarettes just as today I dislike domestic wine.

Cigarettes have to be identical, anonymous, inter- changeable, reproducible ad infinitum. I have always been obsessed by the different shapes, colors and names of objects surrounding me but a cigarette always remained a cigarette, it was immutable. People now are rolling them not for rebellious or economic reasons. They are simply searching for something personal, something upon which to leave their imprint. They content themselves with their own rolled cigarette. The majority however refuses and cannot tolerate smoke. It makes them feel guilty, they suffer a cosmic guilt. Society holds no vision, no real enemy, no future. So they hate smoke which is the target of their emptiness, their frustrated sense of morality. People need a passion now that the great ideals and battles are over, an organized and scheduled passion against nuclear death, pollution death, smoke death. People think that the body now has to be saved since the soul is already gone. Mass unhappiness. Nowadays the multitudes show the same sensibility and anguish once shown by the isolated artist.

Millions are suffering the poet’s sufferance. But it is not the same. Can smoking, this modern and progressive vice, save us from the insidious inflation of melancholy? Can the noise of the flintstone wheel percussed by the yellow thumb regenerate the heavy sense of life that used to possess humanity? Can the witty flame of a lighter and the burning of a gentle tobacco make times roar again? I’ll try. Rest assured, I’m not a nostalgic, nor a conservative, nor a man of principles, my faith has always been weak… But now I cannot tolerate anymore this outrageous attack against modernity. I confess, smoking was my last political gesture, my last hope in mankind, my last action, my last intention. So I will try, I’ll take out a hidden package of twenty Camels, I’ll open it slowly with shaking fingers, and then the bold, shiny Ronson will click. Smoke will appear in a spring afternoon and fill the sunny basement with floating gray-blue forms, and modernity will be safe, for a while.

(First published in ViceVersa magazine N. 18-19, June 1987)

WHAT IS LIFE ABOUT?

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Ralph Chidiac

What is life about? Or is it “what is mind about”? Asking what is life about gives the impression “it” is a primal question, yet life has persevered for eons without the slightest inclination for such a plight. Actually, all life forms (humans excluded) have come and gone with an utter disinterest in that quandary. Therefore, the question demands a deeper investigation, and specifically maybe a different orientation. Is it the life processes (biology) that is requesting a justification, or the evolution of a human feature we identify as mind, and more specifically as consciousness?

By process of elimination and an extreme case of deductive reasoning, it seems the question is begged by one type of life and not all life. So, is it life or is it mind. So far, we can easily determine it is not life. The question should be substituted by “what is the meaning of an extensive mind?” An advanced level of consciousness that has not provided humanity – from a biological or evolutionary perspective – other advantages over longer lived species. Self-consciousness with the aid of an unlimited imagination, have contributed to the constant modification of our immediate environment since day one; corroborating a discontent with the status quo; and, in the process (especially the last few centuries), reduced the potential existence of our species as well as all life. Our species has subsisted for approximately  200,000 years (as homo-sapiens-sapiens), yet in the past few centuries have taken this planet, and its environment to the brinks of annihilation.

As much as we cannot help but ask the question (of meaning), should we trust the answer? We could ask any number of individuals the question, and we will get as many answers as there are individuals, and if the true answer would be based on commonalities we find ourselves at an impasse…. Nothing appears as common ground.

Hold on…. “Conscious preoccupation” that is, keeping consciousness busy with literally anything. Not necessarily of any importance or value, but more mundane and every day type activities. Aspirations do NOT come into play as long as there is something to do. Prehistorically it was our survival, historically: human institutions (from Government, war, religion etc.) and today, Self; Is there a meaning to life while driving the kids (arguing in the back of the car) to school/ How about trying to make a deadline or rushing to an appointment? How about while watching a movie, having sex, in the middle of a business meeting, or trying to make a living? You decide.

The question (the meaning of life) has no relevance in : All other known species. When preoccupied. When living daily activities. From one person to the next. As long as survival is on the line, the meaning of life is trivial, and as long as the consciousness is distracted, the meaning of mind is (also) irrelevant. We, therefore have to ask ourselves, the authenticity of such a question, and what would be an adequate answer. Religion was not enough, philosophy was not enough, science is not enough, 5000 years of civilization does not cut it as well.

Is there a question here, or a stack of words pretending to be one?Yet, after all this reflection, I cannot seem to comply with my train of thoughts for the illusion is so pronounced.

Blu (la notte che siam morti di peste)

Giuseppe A. Samonà

bleu[1]Scende giù in vestaglia tutta scarmigliata lungo il viale che attraversando il bosco collega la sua casa alla nostra, agita un giornale, urla : Il colèra! il colèra! Ed effettivamente la prima pagina dice che a Napoli ce ne sono tre o quattro casi, forse dieci, e le cozze, il vibrione, il panico. Ma se a Napoli è così, cosa succederà a Palermo ? (ulula lei, dilatando l’ultima parola come una terrificante voragine : Palieaimmo…) Palermo, lo sanno tutti, è una Napoli più piccola e violenta, di arcaica, perniciosa isteria, pullula di picciriddazzi polverosi, c’è la milza che puzza di sangue, ci sono i ricci che si vendono per la strada – ne abbiamo fatto una scorpacciata la sera prima, li ha portati lo zio  – e mill’altre schifezze marine, che si mangiano sempre e solo crude (la milza che puzza, picciridazzi, scorpacciate di ricci, pazzi ! pazzi ! pazzi !…). L’epidemia è certa. Hanno già bloccato le navi verso il continente, i treni, da e per, “ da ” soprattutto, e anche la nave, ché mentre stiamo parlando decine, anzi centinaia di morti si ammonticchiano nella stessa Napoli : anche se ovviamente sul giornale, che lei continua a sventolare come una prova, questo non può ancora esserci scritto. Gli altri adulti sembrano scettici : alcuni per spavalderia (il famoso zio arrivato da Palermo annuncia pomposamente che lui tornerà presto in città, perché ha voglia di molluschi vivi, di quelli che bisogna affondarci i denti per domarli, a Mondello, sul lungomare), altri per esorcizzante timore : … e comunque lavatevi le mani, bambini… E tutti più o meno bonariamente la sfottono : il giornale invita alla calma e lei, non da oggi, ha fama di essere un’esaltata – Cassandra, Cassandra… Tutti, ma non noi bambini : corriamo a lavarci le mani e poi eccoci di nuovo fuori, all’ombra del gelso, accucciati ai suoi piedi, sempre i capelli scarmigliati, lei, agitata, la vestaglia semiaperta, ad ammonticchiare morti e disastri per le vie di Napoli, anzi di Palermo, cioè Paleaimmo, scene di orrore, fiumi di fluidi e di merda, e poi orde di topi, i famosi voraci immondi topi ri Paleaimmo – il colèra ormai è peste –  carretti pieni di cadaveri, a volte ancora vivi, o agonizzanti, o sepolti lì per sbaglio, tirati da uomini bavosi, più bava che uomini, con un campanaccio, demoni ghignanti che il morbo ha risparmiato, l’apocalisse. Ipnosi del terrore, il nostro – o anche: attrazione fatata… Noi, i bambini, siamo la tribù, formiche ma volanti in sciame, rapide come la notte, ed è troppo forte quel sentimento dentro di noi, non possiamo neanche far finta che non sia così, anche se certo lo nascondiamo, per paura che ci prendan per pazzi, ci separino, e facciamo il viso spaventato, ammutolito, ad arte, solo di tanto in tanto, al momento opportuno, quando il racconto sembra sul punto di assopirsi sazio, soddisfatto, una domanda semplice, un’esca, ora l’uno, ora l’altra: ma sei sicura ?,  per riaccendere il flusso, le ondate di dolori, di merda, di morte, mentre il giallo del pomeriggio che avanza si scioglie nell’azzuro del cielo, nel verde, nel rosa, nel rosso del lontano orizzonte marino, insieme si mischiano con l’ultima luce del sole, l’affacciarsi delle prime stelle, a comporre un colore mai visto prima: blu – e una carezza tiepida, dolce ci avvolge. Nous sommes comblés.

È dunque questa la felicità ? Bambini che gridano mamma, mamma mentre il carro si allontana ? e quelli morti ? Gli adulti ? La desolazione altrui ? La disperazione ? No, certo che no, non è così – eppure  (come spiegarlo ?), la coscienza tranquilla, non sentiamo dentro di noi nessuna indignazione, nessuna colpa, ma fuori (sentiamo), sul tetto, i ghiri che passeggiano avanti e indietro. È buio ormai, le stelle il cielo il mare lontano si sono inghiottiti a vicenda, non più mare, non cielo, non stelle, ma (com’è possibile?) è rimasto quel blu, ed è solo, ed è tutto, è come un suono continuo, visibile, un’impenetrabile, avvolgente sfera, con noi dentro, è blu. Ci siamo rifugiati su in soffitta per osservarlo meglio, sdraiati, attraverso la grande finestra obliqua, la tribù è al completo, e i nostri pensieri anche corrono avanti e indietro, come all’unisono, e stentiamo ad addormentarci : sì, siamo felici. Fuori, i ghiri passeggiano avanti e indietro, li sentiamo, e anche i nostri pensieri sentiamo, bum… bum… bum…, come se tutti insieme fossimo una sola grande testa, a disegnare gli eventi straordinari che muteranno, come in un sogno, la routine della vita : partire dalla Sicilia assolata, dove viviamo tutti insieme, comunità di bambini e adulti che solo e sempre giocano fra di loro, per di nuovo separarsi, scuola, lavoro, non più tutti insieme, crescere (è questa la vita)… ecco, questo sarà, è, oramai, impossibile. Siamo assediati – e la spianata, il Castello con i suoi sentieri che ramificano per abbracciare gli altri nostri possedimenti (qui siamo solo fra di noi a correre per i sentieri, e lo spazio sembra infinito) diventa nella nostra immaginazione una terra inattaccabile, dove è sempre estate e che non conosce la malattia e la morte, né il tempo che passa. E poi, pensiamo (sempre), e le nostre mani si stringono a formare una catena umana, e quei pensieri son parole senza bisogno di essere dette, se ci attaccassero (la malattia, la morte, il tempo che passa), combatteremmo: non è forse quello che avevano fatto Aiace, Achille, le Amazzoni, le cui amate avventure si intrecciano da sempre con le nostre ? (Ci anima, va da sé, Il domator di cavalli, ma il suo nome non si può pronunciare, o scrivere: siamo Troiani…) Vivremmo, in quel caso, ma da eroi, combatteremmo insieme, il pericolo della natura ci unirebbe, fra scherzi e prodezze vivremmo – vivremmo, sì, da eroi, fra dèi e deesse, o da eroi moriremmo : e tutti intorno a chi muore per strofinarlo, blu diventa il suo corpo, colore che sfuma, e sfumando diventa blu anche chi soccorre, è un’onda blu che dolce si propaga, ora che l’altro è morto soccorrono lei, lui, e si confonde con gli altri, che galleggiano come tanti iceberg,  di nuovo tutti insieme, nel mare nostro, ed il cielo, le stelle: blu. Isolati, bloccati, attaccati, e combattiamo, il morbo, i l  n o s t r o  l u o g o, quel luogo magnifico, ma siamo caduti, la malattia, l’amore è più forte, o forse no, blu, sì, moriremmo, infine, o moriamo, stiamo morendo, le nostre mani sempre annodate in catena come in un quadro perenne,  morendo… m o r e n d o … E finalmente – ma come? ma quando? – insieme lo sciame si adagia, ci addormentiamo, il rumore dei ghiri ci culla, i pensieri diradati son diventati un unico sogno, quel senso di carezza tiepida che ci avvolge. Siamo blu.

Questo era molti anni fa – perché sì, per fortuna l’epidemia finì per esser poca cosa, anzi, non è neanche veramente iniziata, siamo tornati nel continente dopo pochi giorni, l’estate è finita, il tempo ha ricominciato a scorrere normalmente, e normali, benevoli, son tornati i colori. La tribù si è sciolta, si è dispersa nel mondo e nella vita, molti son morti veramente, anche se non di peste, nessuno comunque è più tornato al Castello. Ma (è strano?) quando mi è capitato negli anni di rincontrare qualcuno di quegli antichi eroi, che fosse dentro l’agone, a comandare uomini e cose, o ritirato a coltivare il suo orto, come per incanto, invece di indagare sui nostri rispettivi destini, subito, sempre, ci siamo ritrovati a rievocare quella notte. Come un apice d’irraggiungibile felicità. Blu.

Histoires post-industrielles

Karim Moutarrif

À l’Ouest

Nous marchions, ma fille et moi, le long d’une ancienne manufacture, au bord du fleuve, devenu canal en partie, comme toujours. Une de ces grosses bâtisses de la fin du XIXe.
Elle m’a demandé ce que c’était, je lui ai conté un brin d’histoire. Parole faisant, je me suis rendu compte que je parcourais avec elle un espace du passé. Mort pour n’avoir plus d’utilité. Un espace immense délaissé. C’était à l’Ouest.
Un espace d’une mémoire intense, j’en mettrais ma main au feu, pour faire de l’humour noir, où des milliers et des milliers de vies se sont croisés, ont cohabités, ont trimés.
Et là il ne restait plus que le hululement du vent entre les murs et le toit défoncé..

C’est vrai qu’en regardant ces vieilles bâtisses, les tripes se nouaient.
Avec mon esprit tordu, j’ai tout de suite pensé, combien d’accidents de travail, combien de morts pour que le capital scintille, comme les romains faisaient le mortier avec du sang d’esclave. Juste là, au coin du siècle passé, dans le fond, on avait continué à faire la même chose, autrement. Pendant que mes pensées morbides m’occupaient l’espace mental, de l’autre côté, loin du fleuve, la société que Rostov, qui croyait avoir tout compris – normal, il était états-unien- avait baptisé avec une prestance redoutable, la société post-industrielle, prenait toute sa vigueur. En fait, si nous étions venus visiter le cimetière aux éléphants c’était pour trouver un territoire de repli, loin du bruit continu du down town. Étrange inclination, quand le brouhaha, les projecteurs et toute l’attention matée étaient ailleurs.

Il n’y a rien de plus paisible qu’un cimetière.

Ste-Ambroise

Ce territoire aux antipodes de la productivité était un miroir. Celui des machineries qui se sont arrêtées à jamais. Celui du feu et du métal en fusion coulant comme une lave rouge attisée, impitoyable, dans les moules. Et un peuple de la nuit bigarré qui s’activait dans des conditions insoutenables, que seule la misère convainc à l’endurance. J’ai pensé à quelques images qui pouvaient illustrer ce monde où je vivais et dont j’étais témoin. Ce monde qui avait l’oubli fulgurant. Qui effaçait sa trace au fur et à mesure qu’il avançait. Quelques clins d’œil pour un univers qui n’avait plus rien à voir avec ça.

En reconstituant celles-ci j’ai obtenu ce qui suit.

Rencontres d’un nouveau type

Si je regardais les choses sous emprise, je dirais que je n’ai plus le temps. Je ne connais pas de lieux de rencontres qui soient sains. Je rentre chez moi crevé et je n’ai guère envie de faire du social quand j’ai juste besoin d’écouter mon corps. Mais ma libido me harcèle pour que je lui consacre du temps et j’essaie de le trouver. Alors en attendant de le trouver je parcours de temps en temps des annonces de rencontres. Surtout j’essaie de m’imaginer les portraits de femme sur lesquels je m’attarde. Les descriptions se font toujours en termes élogieux, maniant le verbe à vous en donner le vertige. En quelques phrases lapidaires on vous brosse un portrait. J’ai même entendu parler de compétitions où vous n’aviez que quelques minutes pour séduire votre vis-à-vis. Il fallait être un sacré virtuose et je n’avais pas l’âme adéquate. J’égrenais ces annonces entassées les unes sur les autres, se bousculant pour essayer de passer les unes avant les autres dans un embouteillage réel. Laquelle croire ?

Elle
Fascinante de beauté
D’intelligence
De sensualité
Le silence se fait
Quand elle passe

Mask

Dans nos fantasmes nous mettons des mots sur les choses, la plupart du temps sans vraiment y penser. Comme on dit être sexy sans savoir de quoi on parle. A moins qu’on ne veuille détourner l’interdit qui régit la sexualité pour dire quand même quelque chose qu’on ne peut pas nommer, sous peine de sanction. Moi qui avait passé des années à connaître juste une femme, je me demandais après la fin de cette histoire comment il serait possible de comprendre quelqu’un, d’un simple coup d’œil, en quelques mots de description. Et si le silence se fait sur son passage c’est parce que les femmes sont des proies. Quand on n’est pas chasseur, on est excommunié, dans une bataille où chacun veut devenir le chef de la meute et les avoir juste pour lui. On pouvait ne pas adhérer. La fin du deuxième millénaire et le début du troisième n’avaient rien changé à cela pour moi qu’ avait du mal à communiquer juste avec une personne à la fois.

Sylvie cherche
Un homme à sa mesure.

Comme vous vous feriez tailler un costume sur vos proportions. Sylvie cherche un homme à son niveau de supériorité sociale, sans le dire vraiment. Si l’on fouille un peu, la modestie n’est pas toujours le fort des chasseurs d’ « amour ». Qu’est ce que l’amour, celui du christ, des ébats sexuels où un sentiment indéfinissable et très prenant qui rend deux êtres dépendants l’un de l’autre. Ou peut-être juste l’un des deux. Un dominant et un dominé comme dirait Fassbinder.
Mais en même temps il faut que je me projette comme un homme décrit par une annonce en lisant les portraits que les hommes se font d’eux-mêmes. Tenter d’y trouver ma place tant bien que mal.

Lui
Il a trente ans
Il réalise le tour de force
D’être beau
Grand
Intelligent
Cultivé
…Et charmant
Il a
En dehors
De ses qualités professionnelles
Vingt-deux mille francs
Un humour savoureux
Et de nombreux centres
D’intérêt

Il a une voiture de sport d’un modèle historique, il est toujours bien habillé. Cravaté car il navigue dans le monde des affaires. Pour ma part, ce conformisme de la tenue m’écrasait.
C’est un macho qui se déguise en séducteur. De séducteur en prédateur. Il accumule un tableau de chasse. Comment ce la se gère t’il sur toute une vie.
Je le connais. Je les connais. Nous allons vers des relations de plus en plus plastifiées.
Beau, grand, intelligent, il fait partie d’une élite choisie par le destin pour être un modèle de masculinité. A côté de lui, je ne suis qu’un nabot, disqualifié d’office. Je ne suis pas ce qu’on pourrait appeler beau. Quand je me regarde dans une glace ce n’est pas ce qui m’est renvoyé. Je ne suis pas grand, plutôt dans la moyenne discrète et je ne fais pas de body building. Je n’arrive certainement pas dans le peloton de tête.

Il ou elle adorent
La forte personnalité
Recevoir des amis
Et partager avec eux
Des moments chaleureux

Des moments où on se montre socialement. Des moments où l’on montre ce que l’on veut. Comment on voudrait être vu sans accéder à la face cachée de la lune que l’on a du mal à regarder. L’image fugace et factice sans jamais parler vrai. La vie comme un show, tout dans l’apparence. Mon vieux grigou de grand-père, qui en a collectionné des blondes, c’était dans les mœurs, disait « Ô toi le décoré de l’extérieur, comment vas-tu à l’intérieur ». Quant à ma personnalité, j’étais plutôt du genre à raser les murs en évitant les grands débats. Je n’ai pas beaucoup d’amis mais je partage quand même avec eu des moments chaleureux sans faire de bruit.

Vous possédez
Classe
Education
Et vous êtes décidés
A réussir votre vie
Dans tous les domaines
Vous seul(e) manquez.
A son bonheur

La classe et l’éducation, on y croit à vingt ans, quelques années plus tard c’est déjà du mensonge. Avec les années la scoliose ressort et on ne la cache plus, elle fait partie du portrait. Les prolétaires n’ont aucune chance, ce qui laisse la place aux autres. Ceux qui à force d’entraînement l’on acquise à l’arraché. Je n’avais pas le pouvoir du rouleau aplatisseur et je ne pouvais m’étendre sur plus que quelques domaines de la vie. Mon amplitude était ainsi très limitée. Je ne pouvais pas prétendre au challenge et je ne comprenais pas ce que voulais dire réussir sa vie, puisqu’elle n’avait rien d’un examen. Je la voyais plus comme un parcours d’obstacle et il n’était pas évident de pouvoir tous les éviter. Sans parler de décider, avions vraiment la maîtrise des décisions que nous prenions, j’étais plus calculateur, je procédais comme d’antan les oracles. Je me disais ni oui ni non, j’attendais le vent favorable et parfois la mer était d’huile. Je serais plus du genre à faire les courses solitaires autour du monde dans l’océan de ma tête.

Elle
Très belle
Brune
Elégante
Et raffinée
Laborantine
La blondeur des blés mûrs
Un regard bleu de mer

La poésie est difficile à gérer tous les jours et l’inspiration peu propice à la traque. Elle était plutôt fluide, difficile à piéger. Pour ce qui est des blés mûrs je ne les voyais qu’à une période de l’année. Quelquefois la sécheresse les brûlait dès le mois d’avril, sur les terres arides. Avec le temps elle se fanait. Dans un regard bleu de mer je me perdais comme dans un océan, il ne m’en fallait pas beaucoup. Mais une fois perdu, cela prenait du temps pour me retrouver. Le raffinement coûtait de l’argent et les milliards de pauvres de la planète passaient à côté sans le voir. Toute une vie.

Lui
Directeur de société
Grand
Bel homme
Trente huit ans
A l’excellente présentation
Classique
Plein d’énergie
D’humour
De punch
La routine n’est pas faite pour lui.

Il faut avoir l’air d’un pistolero, capable de dégainer plus vite que son ombre. Les femmes aiment ça, paraît il. Mais tous les hommes n’étaient pas des guerriers. J’étais plutôt du côté de l’intendance prenant un réel plaisir à faire la cuisine comme on compose des morceaux de musique. J’étais au pire aller un homme de troupes, un fantassin à qui la direction des choses échappait totalement. Mon énergie était fluctuante comme le climat et je faisais de l’humour noir quand j’étais en forme. La routine plus forte que moi, m’emportait et j’attendais toujours la sortie de l’œil du cyclone.

Il et elle voudraient
Créer un foyer
Chaleureux
Et accueillant
Où chacun trouve
Sa place
Et son sens

Mais en fait, une fois les masques abattus, ne seraient ils pas en quête de tendresse ? Nous étions tous des cro-magnons dissimulés, à la recherche du feu, pour lutter contre le froid de l’hiver et de l’humanité contradictoire. A la recherche de bras pour nous enlacer, de corps pour se réchauffer.

Lui
Intelligent
Cultivé
Que tout intéresse
Elle
Blonde
Aux yeux pétillants
Te dit à demain

Vu sous cet angle, c’est un couple prometteur qui se profile, entre intentions et réalité. Je ne dirais pas à demain à n’importe qui, après juste un clin d’œil, de peur de brûler dans les étincelles d’un regard.

Cher correspondant
Si tu réponds
Nous pouvons
Ensemble
Fonder un foyer harmonieux
Méthode efficace

La vie est une longue partie de poker, en répondant je pourrais perdre. J’aurais trop peur de la prétendue efficacité qui semble de plus en plus balayer nos existences. Je rêvais de rencontres simples, celles de la vie de tous les jours. Mais finalement, nos existences glissaient les unes à côté des autres, visqueuses, insaisissables. Incroyablement muettes.
La multitude accentuait la solitude puisque nous n’avions plus le temps de nous arrêter devant le nombre.

Il connaît
L’art de rester lui-même
En toute circonstance
Et apprécie
Par-dessus tout
Le naturel
L’humour
La simplicité
Vos enfants seront les bienvenus

Il faut aussi parfois passer par les arts martiaux pour jouer, alors que le mensonge faisait partie intégrante de nos vies. Quand on répond ça va alors que ça ne va pas du tout, qu’on ne dit pas tout de peur de heurter, pour éviter le conflit, pour paraître gentil. Quand tu me dis que je suis beau alors que tu ne le penses pas une seule seconde. Et si les enfants ne m’aiment pas qu’adviendra t’il de notre association.

Bon à découper
Et à retourner au correspondant
Je vous aime numéro 97102
C’est ouvert tous les jours
De dix heures à dix neuf heures
Plus jamais seul(e)
Dès ce soir
D’autres ont réussi
Pourquoi pas vous

Là je voyais des colis avec des étiquettes d’expédition et la journée continue, la semaine sans fin, pour traiter mon cas comme dans une chaîne et comme au loto une probabilité de plus en plus aléatoire. Au même moment les humains étaient devenus ressources et la solitude un marché planétaire où vendre des antidotes. Comme toutes ces crèmes qui vous rendront votre peau d’hier quand le corps est une machine qui s’use. Comme ces docs qui parcouraient le Nouveau Monde avec des philtres et autres potions et qu’on ne voyait qu’une fois. Après avoir arnaqué le chaland, ils disparaissaient à jamais. La terre était vaste et jonchée de crédules prêts à croire au miracle.

Solitaires
Qui cherchent
L’âme sœur
Ayez le réflexe
Anti solitude
Pour réchauffer votre cœur
Cet hiver du troisième millénaire
Qui cherchez vous

Il n’y avait plus de fêtes de village, plus de village, que des images. La solitude était devenue un mal répandu, plus efficace que le sida. Un mal incurable pour lequel on passait des médecins aux marabouts puis aux rebouteux et enfin aux sorciers. Je cherche quelqu’un, je ne sais pas qui, peut-être pas une bouillotte pour mon coeur. L’hiver viendra me voler une autre année de mon existence, me soumettre à ses exigences.

Belle comme le jour
Et pourtant simple et sans prétention
Ou
Fabien huit ans
Et son père trente septembre
Rech.
Gent.
Et douce maman
Goûts simples
Souriante
Pour repartir…

Sérieusement.

* * *