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El tigre del bandoneón

Eduardo Magoo Nico

Eduardo ArolasSon múltiples los puntos de vista con los cuales se puede abordar un fenómeno tan rico como el del tango. Música, danza, canción popular de las dos orillas del Río de la Plata. Folclore urbano de rítmica negra, con tanto de puerto, de usos camperos, de inmigración, de putas de toda condición y de guapos criollos. Todo bien mezclado y bailado en un quilombo (1).

Es una música nueva, provocatoria, alegre, negligente en los inicios; melancólica, grave, elegante después, cuando adoptada por la gente de bien, ha utilizado palabras y guión de melodrama; paragonable al jazz por su desarrollo, paralelo en el tiempo y en las influencias, pero siempre diferente.

Así como son tantas sus facetas y sus personajes, son tantos los posibles modos de observarlo y describirlo en el tiempo. El mío en esta nota, es el del hijo de un tanguero de los años cuarenta, intérprete de bandoneón de orquesta típica, cuando en Buenos Aires animaban los bailes y las fiestas más de seiscientos conjuntos musicales (2) y la gente expresaba su fervor, como si se tratase de un equipo de fútbol, por el sonido de D’Arienzo, Di Sarli, Troilo, Mores o Fresedo.

Yo no crecí queriendo escuchar tangos sino rock, un rock que comenzaba a ser cantado en español a fines de la década del sesenta. El tango para los jóvenes de mi generación era cosa de viejos (de nuestros viejos) demasiado formal, solemne y machista. Con el rock la danza se hizo individual, se transformó en viaje, expresión libre, catarsis rítmica. En el mundo del tango se venía de una debacle. Los grandes bailes habían sido prohibidos por los gobiernos antidemocráticos que se sucedieron a partir del golpe militar del 1955. La mayoría de las grandes orquestas habían dejado de existir y muchísimos músicos perdieron su trabajo, desplazados además, por la siempre creciente difusión del uso de discos en las fiestas, bares y milongas (3) y la gran (arrasadora) difusión por todos los medios de la música anglo-estadounidense.

Esta crisis, sin embargo, desarrollaba en los sótanos en los que se habían refugiado los músicos de tango, una nueva fusión. El tango se modernizaba y volvía a ser contracultura como en sus orígenes, pero esta vez como vanguardia intelectual y para un público mucho más culto. Ya no se componían para los pies de los bailarines sino para la gente habituada a concurrir a los conciertos. Con diferentes variantes, Pugliese, Eduardo Rovira, Piazzolla, Mederos, el Quarteto Cedrón y Eladia Blázquez, entre otros, realizan esta revolución muy resistida en principio por el gran público del tango, que añoraba la época de oro de las grandes orquestas. Conquistó nuevamente reconocimiento en el exterior en su último exilio, para volver al país y volver a ser bailado masivamente en la primavera democrática, mezclando jóvenes y viejos en las milongas, que resurgieron como hongos de las profundidades del humus cultural de nuestro pueblo. Renovado y nosotros con él, dado que como diría un Heráclito del River Plate (4): “No se baila dos veces el mismo tango”.

Vaya mi homenaje a Eduardo Rovira, desclasado, segregado y muerto en el olvido y la miseria durante la dictadura de Videla, por el pecado de haber tenido amigos de izquierda (muchos de ellos desaparecidos). Estuvo entre los primeros cultores del tango moderno, fue el primero en electrificar su bandoneòn y adosarle un wah wah, y en utilizar la “atonalidad” como sistema de composición (“Sónico” 1961, sello Récord y 1968, Show). Piazzola se encuentra entre los primeros en incorporar en sus conjuntos músicos de jazz y rock, llegó incluso a decir, para escándalo de muchos, que el mejor poeta popular de Buenos Aires era “Spinetta”, ídolo del rock psicodélico. Y hasta los vicios de los viejos tangueros se llegaron a encontrar con la asombrada complicidad de los jóvenes rockeros, que hasta ayer los miraban con difidencia. Se contaban anécdotas del tipo: “¿Sabés quien me ofreció merca (5) en el camarín del teatro? ¡El Polaco Goyeneche!” (6)

Por todo ello y en relación a este reencuentro de generaciones, quisiera referirme aquí a un músico de la Guardia Vieja, romántico furibundo, una especie de dandy-punk a la Sid Vicius para su época, cuando el tango era todavía cosa de marginales. Eduardo Arolas (1892-1924) era un lindo morocho hijo de padres franceses que se vestía a la manera de los rufianes. En alguna parte se encuentra una foto histórica: saco negro corto, pantalones a rayas finas con la banda lateral, sombrero de ala amplia sobre una abundante crencha negra, corbata vistosa, zapatos de gamuza bordados. Fumaba con una larga boquilla y enguantaba sus manos exhibiendo ostentosamente por encima de ellos una serie de anillos que hacía brillar sacudiendo con garbo una nudosa vara de mimbre. “Ando mucho por las orillas donde los peligros siempre están al acecho, y si no aparece un revolver o un cuchillo… Me basta esto para defenderme de algún compadrito que me salga al cruce”. Llevaba el bandoneòn envuelto en un paño negro y cuando abría el paquete para acunar el instrumento entre sus piernas volcando toda su alma en la ejecución, tenía derecho a todo siendo todavía un muchachito: a la excentricidad de su postura, a la botella de ginebra bajo la silla, y al público reconocimiento por su maestría sobre el grave instrumento que el mestizo Sebastián y el negro Santa Cruz (7) llevaron a la ejecución del tango.

Con tantas secretas melodías en el corazón, una noche de festejos entre compañeros leales, amigas afectuosas, abundantes libaciones y abrazos que se retardan en cortes y quebradas (8), surge espontánea la música de “Una noche de garufa” (9) (1909). ¿Que otro nombre podría llevar por título este tango? Era una melodía “que prende” con algo que lo distingue. Su compás y los pasos de las parejas al bailarlo, se llevaban como carne y uña. Es que las parejas bailando habían dictado los acordes a Arolas, mientras su mirada hipnotizada seguía los giros del “ocho“, la “media luna” o la “corrida” (10). Hamacando el “fueye” (11) había cambiado el compás binario por el más propicio en cuatro octavos. Era el tango-milonga.

Si Eduardo Arolas fue el miniaturista lírico de la canción de Buenos Aires, “Una noche de Garufa” tiene la importancia biográfica de ser su primer tango. Era entonces un chico de diecisiete años que vivía en Barracas al Norte (12) con sus padres, justo enfrente de la placita Herrera, pero conocido por la gente de la noche y brava, como un cachorro destinado a transformarse un día en “El tigre del bandoneòn”. Tocaba su instrumento “a oreja”, y a oreja había compuesto este tango que la gente canturreaba con ganas.

Cuentan que el cachorro se decidió una noche, y caminando contra el viento se dirigió a La Boca (13), en busca de ese ritmo milongueado que él ya fraseaba y conocía. Llegó al refugio del pulsar más recio, el cruce de Suarez y Necochea, con sus cafés en las cuatro esquinas, donde se jugaba el destino histórico del tango. En “La Marina” el jefe era el Tano Gennaro, en “Las Flores” Firpo con su melena pertinaz, y en “La Popular” descollaba el alemán Arturo Bernstein, con su rosario de jarras de cerveza. El cachorro se dirigió al “Royal” porque era de allí de donde provenía el sonido que estaba buscando (Francisco Canaro en el violín, Samuel Castriota en el piano, Vicente Loduca en el bandoneòn) y fue muy bien recibido. Qué banquete de trinos, bordoneos y sincopas se dio! Pasado el barullo y el ajetreo nocturno, con el silencioso amanecer, el tango suave de la trastienda volvió a extender sus alas sobre la esquina. Arolas sale a dar vueltas por el barrio, su alma bien empaquetada y sostenida por la zurda, lo abandona sin embargo por el suspiro de una bella mujer de alto peinado, encorsetada y abundantemente perfumada de violetas, que salía de un cabaret. Ultima en abandonar la fiesta de la dorada malavida, era una premonición fatal para el inspirado compositor, quien siguiendo el extravío de su pasión atormentada, terminó muriendo en un rincón oscuro de París, luego de tres lustros y ciento veinte partituras compuestas, acabado por los vicios y la tisis, con solo treinta y dos años de vida (14). Y no hubo siquiera un pequeño comentario en algún diario de Buenos Aires que hiciera saber que Eduardo Arolas había sido enterrado, con la sola compañía de unos pocos afligidos compañeros criollos, en el cementerio de Saint Ouen, en un suburbio parisino.

El “Corto Maltés” (15) revisitará su historia muchos años después, cuando hará mención a un tango que “El tigre del bandoneón” había compuesto para su mujer, a la que él afectuosamente llamaba “Cachila” por el nombre de un pajarillo no domesticable de la pampa argentina, al cual es muy difícil darle la caza…

Eduardo Magoo Nico est né à Lomas de Zamora, province de Buenos Aires, en 1956

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1) Quilombo: Era el nombre que se daba a los refugios de negros fugitivos mientras estuvo vigente la esclavitud en el Brasil. En Argentina es sinónimo de prostíbulo y por extensión de desorden.

2) “La Buenos Aires que acoje a Hugo Pratt en el 1949, es la cuarta ciudad del mundo por sus dimensiones. La habitaban más de 4.000.000 de personas, de las cuales cerca de 8.000 eran músicos profesionales de tango, registrados en el sindicato y distribuidos en más de 600 orquestas en actividad, en la sola Capital.” Marco Castellani, Corto Maltese – Tango.

3) Milonga: Del afronegrismo mi-longa (kimbundu): multitud de palabras, disputa verbal. Baile tradicional argentino en compás de 2/4. Agreguemos que milonga, tango primitivo y ragtime poseen el mismo núcleo de la célula musical africana. “El porteñito” de Villoldo, sin ir más lejos y entre muchos ejemplos, es un ragtime perfecto. La Milonga es además, el lugar donde se baila el tango.

4) River Plate: Río de la Plata, nombre del río sobre el cual se asoma la ciudad de Buenos Aires. Traducido al inglés (como solía hacerse por entonces) para dar nombre al legendario club de fútbol argentino (rival tradicional de Boca Jrs.) fundado en el 1901.

5) Merca: Nombre que se da hoy popularmente a la cocaína. Tal vez aludiendo a la cocaína de marca Merk que se vendía antiguamente en las farmacias.

6) El Polaco Goyeneche: Cantor de tangos, muy popular entre los jóvenes rockeros. Ultimo gran ídolo del tango.

7) El mestizo Sebastiàn y el negro Santa Cruz se cuentan entre los primeros intérpretes del bandoneòn conocidos en la Argentina.

8) Cortes y quebradas: Figuras del tango danzable.

9) Garufa: Fiesta, joda, diversión nocturna.

10) Ocho, media luna y corrida: Figuras del tango danzable.

11) Fueye (fuelle): Es el pulmón del bandoneón, similar al del acordeón, y por extensión, el instrumento musical mismo. (El bandoneòn es un órgano portátil que fue creado para las procesiones religiosas, pariente de la konzertina, el nombre proviene del alemán bandonion, y éste es un acrónimo de Heinrich Band (1821-1860), quien fue uno de los primeros en dedicarse a comercializarlos).

12) Barracas al Norte: Barrio de Buenos Aires, hoy llamado simplemente Barracas.

13) La Boca: Viejo puerto y barrio de Buenos Aires, situado en la confluencia de un pequeño río llamado Riachuelo con el Río de la Plata.

14) Enrique Cadicamo (poeta tanguero) sostiene que en realidad murió por una paliza que le propinaron unos “macròs” (rufianes) franceses por haberles robado una pupila.

15) Corto Maltés, mítico personaje del historietista italiano Hugo Pratt.