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Hugh Hazelton y la palabra entre fronteras

Ángel Mota Berriozábal

Fue uno de esos días en que la neblina se abre paso por las calles, arroja ese olor a humedad que confunde lo erizado de muros con el paso lento del aire. Sí, mi andar por el barrio del Plateau Mont-Royal, en Montreal, fue acercarme a una deriva buscada, a un muelle entre la bruma muy quejosa por los árboles. Y así llegué a casa de Hugh Hazelton. No creo que necesito presentarlo, no para alguien que vive en esta urbe de Dos Ciudades: Montreal. La célebre novela que escribió Charles Dickens precisamente en esta isla, en el viejo puerto de Montreal. No por casualidad sí con mucho de ecos; de lo inglés y lo francés en tensión y en convivencia en la urbe. Dos ciudades erigidas, revueltas en casa de Hugh. Casa situada en un barrio francés de fachadas neoclásicas, ligado al ya casi erosionado barrio portugués.

 

 

 

 

Hugh Hazelton es un célebre escritor, traductor, teórico de los Estados Unidos que vive, cruza puentes que son como brumas entre ciudades. “Un anglais” lo definirían las nomenclaturas reductivas de muchos en esta provincia de Quebec, que escribe e imagina en el vientre del mundo francés. Una frontera difícil de cernir o de ver dónde inicia y dónde acaba, no solo en su casa sino sobre todo ese día cuando la neblina lo acaparaba todo, lo sumergía en esa modorra y ligera lluvia que hace ligeros los bordes y las vallas.

Con toda parsimonia, gesto amable y perspicaz, Hugh me sentó en su comedor y en seguida, antes de poder enunciar pregunta alguna, me sentí en un cuadro de Paul Cézanne. No que lo viera; estaba dentro. La casa es la vanguardia misma en el decorado, en la disposición de la fruta, muebles y la ventana, así como en los cuadros que dibujan los muros. Es como si la casa misma fuera y es reflejo de lo que iba a oír, de lo que ya le conocía, de Hugh mismo. Así, la entrevista que le hice, desde el inicio, fue un atravesar el espejo, un atravesar un cuadro de Cézanne, ser parte de, y descubrir a todos sus personajes y sus colores. Hugh es como el pintor de todo esto. Lo cual es más que una mera anécdota o referente espacial. La casa de Hugh, él, es un autor de vanguardia, que hace de la vanguardia algo cotidiano; un modo de ser, un modo de vivir en casa y hacia el mundo.

Hugh Hazelton es uno de los pocos estadounidenses, radicados en Canadá, vinculados no sólo con el mundo literario quebequense sino hispano. El otro nombre que me viene en mente es James Cockcroft. Historiador, sociólogo, analista político y poeta. Yo leí en México sus trabajos sobre la Revolución mexicana, en mis tiempos de estudiante. Libros que son una referencia esencial de la historia moderna y política del país de Frida Kahlo, editados por la SEP y el FONCA. Lo conocí en Montreal, en veladas literarias y en la presentación de alguno de sus libros sobre el México actual. Amable y humilde, escribe sobre América Latina desde Montreal. Ha publicado cincuenta títulos. Es activista y amigo de Hugh. Otro escritor olvidado y anónimo fue Douglas Winspear. Ávido lector de Bruno Traven y sus relatos sobre México. De Traven tuvimos una que otra conversación en el mítico café Club Social del barrio Mile End. Viajero que recorrió el país de Diego Rivera en coche con su esposa, en busca de su propia identidad, del Otro del sur. Una huella que siempre arrastró nuestras conversaciones, a veces cordiales, a veces en disputa. Douglas me comentó más de una vez que escribió varios cuentos en donde México era un punto central. Creo que mencionó también una novela. Una Road Story que no lograba acabar. Sólo que estos documentos nunca se han publicado. Según Hugh están en manos de su esposa. Douglas murió ahogado en una piscina del barrio de Outremont. Existe la poeta Katharine Beeman, cuyos lazos con Cuba son muy sólidos. Entre ellos la de ser muy activa en programas de intercambio con la isla, especialmente en lo que respecta a la literatura. Creció en Lansing, Michigan y migró a Montreal también en los años Nixon.

Mas Hugh es el escritor, traductor e investigador que más peso ha tenido en las letras hispanas de Canadá. Es ese gran enigma y a la vez gran personalidad reconocida, apreciada y respetada tanto por “ingleses” como “franceses” y no digamos nosotros los hispanos. Él es capaz de reunir a cientos, docenas de personas en una velada literaria, conferencia o lectura. Escribe en cuatro lenguas; inglés, francés, español y portugués. Hugh Hazelton, como veremos en detalle más adelante, redactó el libro más importante a la fecha sobre la literatura hispano-canadiense: Latinocanada, ha editado uno de los libros más relevantes sobre escritos en torno a Latinoamérica en Canadá y ha escrito poemarios de vanguardia, traducidos y citados por un sin número de poetas de todo origen, amén de su premio Gobernador General como traductor.

En su casa, ante su calma sajona, conversaciones sobre nuestras respectivas hijas y la política actual, mi primera incógnita, la que siempre he tenido, era la de saber cómo había llegado a Montreal y por qué. Descubrí entonces que Hugh hizo todo lo que pudo para evitar ser cómplice de la guerra de Vietnam. Gracias a sus estudios en la universidad  de Yale, prorrogó su llamado a las armas. Al mismo tiempo colaboró con un grupo antibélico, no sólo rechazó la conscripción sino que devolvió su carta de conscripción al gobierno. Cuando por fin el gobierno de Richard Nixon y el Uncle Sam lo convocaron a la masacre, Hugh ya había escapado, había tomado ese tren subterráneo que alguna vez sirvió para liberar esclavos de los Estados Unidos en el siglo XIX, y se refugió en Canadá. Desembarcó en Montreal en el 1969. Atraído por la diversidad que se vive en la urbe –me dijo−, ese mundo de dos culturas; dos ciudades, por el cruce constante de lenguas, donde llegó con un menor en literatura francesa. Mientras, el FBI visitó la casa materna, preguntó a su madre sobre el paradero de Hugh: “No sé, no sé donde está mi hijo” –sonrió Hugh cuando me lo contó−: “¿No sabe dónde anda su propio hijo, señora? –ironizó el FBI. Hugh tuvo que permanecer cuatro años en Canadá sin poder volver a los Estados Unidos. Durante todo ese tiempo nutrió su curiosidad y atracción hacia América Latina leyendo a Borges, Juan José Arreola o a Lugones. De hecho, me contó que desde sus años de estudiante en Chicago Hugh se sintió atraído hacia esa otra América. Le fascinaba la arqueología y la historia. Tuvo un amigo mexicano-americano en su tierra que lo inició a este universo. De Montreal se desplaza a Vancouver por un tiempo. Urbe que utilizó a la vez como base para conocer todo Canadá, desde la remota isla Fogo, en Terra Nova, hasta el Yukón y el norte de la Columbia Británica, donde enseñó en un pueblo minero al lado de una reserva indígena. De ahí viajó a América Latina. Dos años vivió en un universo contario al suyo. Sobre todo visitó México, Perú, Chile, Argentina y Brasil. De hecho puso pie en casi todos los países al sur de los EEUU, a excepción de Colombia y Venezuela. Decidió volver a Canadá e instalarse en Montreal, “la ciudad –me comentó− multicultural y multilingüe que prefiero por su cultura y sus conexiones con América Latina.”

De esta forma, ya con pasaporte canadiense, del 1982 al 84 viaja por todo el mundo, con su compañera Ginette. Surcaron todo lo extenso de Australia; de la Llanura de Nullarbor al mar de tiburones blancos.  Alcanzaron Asia del sudeste y la India. De ahí volvió ella a Montreal, por sus estudios. Hugh siguió con la odisea y puso pie en numerosos países de África, como Tanzania, Burundi, Congo o Zaire, en donde tuvo que fungir varias veces como traductor del inglés al francés para personas con ciertos problemas con las autoridades locales. Se inició así como traductor sin desear serlo. Finalmente voló de Kinshasa a Abiyán, en Costa de Marfil, desde donde se aventuró a las ciudades medievales de Malí, antes de cruzar el Desierto del Sahara, rumbo a Argel.

En sus viajes, durante la noche, leía novelas africanas o del sitio que visitaba. Sed de leer lo Otro. Cuando me platicó todo esto, pensé de inmediato, como corolario, en Hemingway. Sobre todo cuando me narró su subida al Himalaya. El escritor aventurero, el escritor crítico de su nación y narrador del mundo. Sin embargo, a Hugh no pareció agradarle mucho la equiparación. “A Hemingway le gustaban mucho las armas y la guerra yo soy de izquierda y pacifista.” “Hemingway es un narrador de aventuras yo soy poeta de vanguardia, entre lenguas.” De sus viajes en Canadá surgió el poemario Sunwords y de su travesía en América Latina nació el diario poético; Crossing the Chaco, ambos libros editados en 1982. Me confesó que escribió un diario de su viaje alrededor del mundo, inédito hasta la fecha, que espera publicar un día.

Tras su vuelta decide asentarse definitivamente en Montreal con su compañera quebequense. Y desde ese inicio de enraizamiento original, entre dos mundos, Dos Ciudades; el anglosajón y el franco-hablante, Hugh estudia en la universidad de Sherbrooke literatura comparada. Entra en contacto con autores quebequenses, anglo-canadienses y latinoamericanos. Sus escritos se impregnan de la Beat Generation, de Allan Ginsburg, de Vicente Huidobro y del sobre todo del poeta de vanguardia argentino Olivero Girondo. Lecturas que vivió junto con los recuerdos de las calles de Chicago, de la poesía urbana de Amiri Baraka y de los afroamericanos, poesía sónica, como el rap, la poesía bañada de música, el habla en ritmo, los ritmos con claros matices políticos y de rebeldía a una situación social precaria y adversa. De ahí que se haya volcado a la poética de Aimée Césaire o a los giros lingüísticos de Apollinaire. Su escritura es poesía y política. De esto escribiré más adelante.

Como personaje de “Dos Ciudades”, el poeta disidente escoge vivir, escribir, convivir du côté français de l’île. “Es el lado más interesante –adujo− el francés es la lengua de la mayoría y mi esposa era quebequense, pero no dejo de convivir con los anglosajones, de vivir entre varias lenguas, que es lo que más me atrae.” Conoce a los poetas consagrados de esta provincia, los vive con traducciones, los oye. De ahí que en 1991 es invitado a ser coordinador de una revista ya histórica: Ruptures: La revue des 3 Amériques. Se integra así al grupo creado por el haitiano Edgar Gousse y el poeta y traductor Jean-Pierre Pelletier. Hugh revisa las traducciones  al inglés de los poemas de otras lenguas  y trabaja en el equipo de selección.  La revista publica en los cuatro idiomas (de origen europeo) de las Américas: francés, inglés, español y portugués. En la publicación se leen desde autores desconocidos, de diferentes orígenes, a escritores consagrados de Latinoamérica, Canadá y otros países. De hecho −me comentó Hugh−, la revista se volvió una ventana donde el lector de Montreal tenía acceso a autores contemporáneos con mucho peso de todo el hemisferio. Cada uno de los autores era traducido, en lo posible, a cuatro lenguas. Lo nuevo que se creaba en América Latina y en Canadá podía ser leído en varias lenguas en un mismo número. Es así que se perfeccionó Hugh en la traducción literaria profesional y con ello empezó de manera sólida su palabra entre fronteras, “su tarea como traductor.” Después de catorce números, la revista dejó de imprimirse en 1996.

Es a partir de ese año, a raíz de la experiencia Ruptures, que es llamado a hacer importantes traducciones de poesía y cuento del francés al inglés o del español al inglés. La Universidad de Concordia le ofrece en el año 2002 el puesto de profesor titular de traducción. Entre los autores más destacados que ha traducido están Olivero Girondo, Daniel Sada −que tradujo para la revista Viceversa−, José Acquelin y Jöel Des Rosiers. De este último tradujo Vétiver que le valió el prestigioso premio Gouverneur General du Canada en el 2006.

En el 2007 se imprime Latinocanadá: A Critical Study of Ten Latin American Writers of Canada. Esta obra es, sin lugar a dudas, el referente número uno, historicista y teórico, sobre la poesía y prosa ficcional de los autores hispano-canadienses. Hugh logra reunir autores, obras y dar cuenta de una temporalidad histórica literaria desde los inicios de las letras hispano-canadienses hasta el cierre de la edición, en el 2005. Una práctica académica nacida, como sabemos, del siglo de la Ilustración, cuyo fondo filosófico e histórico es la de ofrecer y establecer una literatura nacional, por medio de la idea de inicio y seguimiento histórico hacia un futuro colectivo. En este caso se reivindica, en la historia canadiense, la presencia de otra literatura ajena a la nacional reconocida, de autores de orígenes diversos a los del país de acogida. Aunque todo historial es siempre obras escogidas, unos autores en detrimento de otros, un punto de vista histórico personal, la labor de Hugh fue titánica pues retrasa los orígenes de nuestra literatura hispana, sus porqués y nuevas tendencias hasta el 2005. Como fundamento histórico, con ciertas ausencias en el contenido, el libro adquiere así el valor de dar un espacio y tiempo a la literatura escrita en español en Canadá, la de ubicarla como literatura dentro de otra literatura; la nacional canadiense. De esta suerte, la relevancia primordial de este libro, que le valió el premio de Mejor Libro por la Asociación Canadiense de Hispanistas, es la dar cuenta de un pasado, ponerle un presente y desearle un futuro a esta ficción y poesía “marginal o minoritaria.”

La lengua extranjera se vuelve un caballo de Troya: “the literary artifact” que deja salir de sus páginas a los frigios, no para conquistar, sino para hacer parte de la polis como seres diversos, para romper la noción de frontera, si esta se le concibe como la separación entre una lengua y una cultura nacional hacia o contra otra, tal como lo piensa la herencia de Hegel y Kant en nuestros mundos modernos (la idea de nación como un pasado, presente y continuación de una cierta comunidad homogénea o similar, tanto en lo racial, lingüístico como en el referente identitario cultural y social). Este caballo literario crea así un caos en la noción de frontera lingüística, de referente cultural de un país e instaura la noción de la voz diversa desde dentro. Lo minoritario se mueve y como rizoma, diría Gilles Deleuze, la literatura es ramas y hojas que crecen de varias raíces, se bifurca, es decir se escribe en inglés, francés, español, portugués, italiano. Dentro de un habla, al parecer unívoca, existen diversas voces, tonos, influencias históricas de personas ajenas −al parecer− a la historia nacional de Canadá o Quebec. El libro es una historia dentro de otra historia y a la vez como palabra, como ente salido del vientre de la bestia de la ficción que se desvanece, se extiende como bruma en la historia de las Dos Ciudades. El libro de Hugh es de este modo una traducción en sí de un mundo tal vez invisible para otros, para las letras nacionales. “La labor del traductor” nos dice Walter Benjamín, no es tanto la de traducir lo escrito sino la de develar ese sentido, esencia del texto, ese universo cultural y subjetivo vedado al lector en lengua distinta a la traducida. De ahí que la labor de Hugh con sus traducciones, con este libro, fue traducir e introducir otro sentido de identidad, de pertenencia a la tierra, a una comunidad, a la polis, dar cuenta de una práctica y experiencia, realidad social, vedadas al lector de una sola lengua.

Lo mismo hizo con el libro que editó con Gary Geddes: Compañeros: An Anthology of Writings About Latin America. Obra que reúne a escritores de Canadá, hispanos y de habla inglesa o francesa, cuyas plumas han escrito ficción y poesía sobre América Latina, desde México hasta la Patagonia, pasando por Haití. La relevancia de esta antología es la de juntar lo que de otra manera estaría disperso y casi perdido en el mar de ficciones sobre el tema en un país tan enorme. De nuevo, bajo la herencia cultural y filosófica de la Ilustración, el compendio es un trabajo de agrupación de textos de 84 autores –una selección con sus límites y tendencias subjetivas− cuyo fin es el de dar unidad y base histórica a los escritos canadienses sobre los países al sur de los EEUU.

Por otro lado, Hugh es un poeta. Le he oído numerosos poemas, le he traducido un par y de este modo, en comparación con todo lo que ha escrito, parece inverosímil que haya publicado tan solo tres poemarios, aún si me escribió comentándome que posee otro poemario en el horno. De sus poemas impresos e inéditos le he leído y escuchado varias tendencias y estilos. Desde la poesía experimental hecha con sonidos, palabras entrecortadas, palabras solas, a la manera de Allen Ginsberg y la Beat Generation, a la poesía de amor, la poética de viajes, con algo de homérico, poemas políticos y fantásticos sobre vampiros y fascistas. Existe en su poética un vasto panorama de temas y tendencias.

Su poemario Antimatter, que también se ha publicado en español como Antimateria, es, como ejemplo principal, voces, casi en silencio y a la vez en grito contra los Estados Unidos, el orden global del mercado y más que nada el deseo por medio de la palabra de desarticular el objeto, la materia con la que −evoca y piensa él− nos han enseñado a creer, pensar y hacer nuestro mundo mercantil y militar contemporáneo. La materia, en su libro, es la metáfora de la lógica neoliberal y lo que define como imperialista. La materia se viste de consumo, de imágenes televisivas, del cine de Hollywood, de los discursos de poder y falsas democracias. Antimatter es con ello la tentativa poética de la evanescencia, de crear neblina de la materia con nuevas formas de estructurar las estrofas, los sonidos, la repetición de palabras, con el verso como testimonio y denuncia. El sonido de sus versos, como es el caso en el rap, el canto urbano afro-americano, es el deseo coloquial de desarticular, volver bruma, la palabra que suena hueca a quien no tiene acceso a lo preconizado en un discurso emitido por políticos o medios de comunicación de masa o compañías de explotación de recursos sin ética alguna. Su poesía es como volver a hacer una semántica del todo. Es un grito pacífico, que ve desde las entrañas la necesidad de la transformación de la realidad social. Por lo que incluso el poemario Antimmatter se vuelve un deseo de traducción en sí, un deseo de metamorfosis de la palabra:

Began

As a

Ssssssss
Yyyyyyy
Boooooo11111
What
Is a ssssssyyyymmmmbbbooooo11111
I name
I name this
Create this by naming
As the imperial lexicón (23).

 

El libro, como casi toda la creación de Hugh, es sumamente irónico:

Nothing of course
Sorry, it seems that nature
Allow species to lie to themeselves kill each other and even
Self-destruct if that is their intention (30).

 

Una ironía que viene con el deseo de narrar, de viajar, de descubrir otros universos, es decir, de transformar, como mencioné antes, esta materia política y comercial en otra cosa: poesía

 …nebulae explode and coalesce
And wondering if I can stay in the universal momento
I look back in the garden and see a triceratops grazing on the lettuce
And reach out
To give this poem
To you

 

En casa de Hugh, ya caída la tarde, una lluvia que había cesado, lluvia ligera de mojado sobre los cuerpos y los árboles, al paso del tiempo casi sin verse, Hugh me comentó que hay dos cosas culturales que ha hecho y considera lo más importante de sus actividades para-literarias y lo que más ha aportado: la revista Ruptures y las noches de poesía Lapalabrava. Lecturas casi mensuales en donde él y la poeta y cantante Flavia García reúnen a escritores de tres orígenes lingüísticos diversos; español, francés e inglés. Invitan a poetas consagrados y otros menos conocidos, y siempre hay una sesión de micro abierto para cualquier voz poética. Las Dos Ciudades se acercan una a otra en estas noches. Se realiza un viaje por medio del verso, y en ello se integra el universo en español a las lenguas oficiales. Con lo que se rompe, al menos de momento, en esas tres o cuatro horas que dure el evento, la división entre literatura mayoritaria y minoritaria, lenguas oficiales y lenguas marginales. “No, ya no me gustaría volver a vivir en Chicago –me dijo Hugh sonriendo−. De hecho cuando regreso echo de menos al francés y a la efervescencia lingüística de aquí. Es verdad que hay una gran comunidad hispanohablante allá, con la cual tuve mucho contacto en mi juventud,  pero el interrelación de los idiomas es menos fluida que en Montreal. Aquí es maravilloso como podemos vivir en varios idiomas el mismo día, incluso con la misma persona. Es lo bello de Montreal. Por eso me quedé, por eso escogí esta ciudad.”

Ahora Hugh prepara una traducción colosal del poeta argentino Olivero Girondo. Ya se han traducido al inglés algunos textos del vanguardista, mas esta será la primera vez que se traducen sus obras completas a la lengua de Melville. Lo cual es sin lugar a dudas un fenómeno importantísimo siendo que es un paso adelante para que Canadá deje de ser un país periférico en cuanto a traducciones de autores extranjeros importantes, para volverse la nación que traduce al mundo sajón a un poeta con tanta relevancia. Se han recibido contribuciones del consulado argentino y será una versión bilingüe. Para Hugh es como la concreción de una larga trayectoria, de años de estudio consagrados a este autor, a su simpatía por la vanguardia y más que nada es una traducción de sí mismo y de su vida.

A quoi servent « les écritures migrantes » ?

 Fulvio Caccia

Ce texte est celui de l’allocution d’ouverture du colloque  “1985-2005 : vingt ans d’écriture migrante au Québec. Les voies d’une herméneutique”, ( Marc Arino et Marie-Lyne Piccione)  Presses universitaires de Bordeaux, 2007. 

Dans son plus récent essai, le romancier tchèque Milan Kundera nous rappelle qu’il y a deux contextes élémentaires pour situer et apprécier une oeuvre d’art : ou bien l’histoire de sa nation appelée « petit contexte » ou bien l’histoire surpra nationale de son art : « le grand contexte ». Contrairement à la musique, la littérature est davantage liée à l’histoire de la nation qui la produit à cause de la force centripète de la langue qui maintient les productions littéraires à l’intérieur de son territoire. Hors de la langue, point de salut. C’est pourquoi l’histoire mondiale de la littérature brille par son absence. Kundera attribue à ce monolinguisme « l’irréparable échec intellectuel de l’Europe1».

Ce constat sévère, formulé par l’un des romanciers les plus importants de notre époque, jette une lumière inédite sur la valeur heuristique de la notion que nous nous apprêtons à discuter : les écritures migrantes.

L’hypothèse que je souhaite exposer et défendre dans ces pages est la suivante. Les écritures migrantes ont été et demeurent une tentative pour inscrire les jeunes littératures néocoloniales dans le « grand contexte ». Telle est, à mes yeux, sa seule et unique valeur heuristique. C’est pourquoi envisager les écritures migrantes seulement dans le « petit contexte » n’a strictement aucun sens. Ou s’il y en a un, c’est plutôt celui de mesurer leur degré de naturalisation au sein des nouvelles littératures nationales, autrement dit, leur degré d’idéologisation.

Vous pardonnerez la brutalité de cette affirmation qui va peut-être à rebrousse-poil des idées reçues et des pratiques en ce domaine. Mais avec ses vingt ans, et toutes ses dents ! Les écritures migrantes ainsi que les appareils critiques qui les soutiennent sont parvenus, me semble-t-il, à l’âge adulte et à ce titre peuvent affronter quelques vérités qui permettront de comprendre pourquoi ce terme est venu à désigner le contraire de ce qu’il décrivait au milieu des années 80.

Une genèse en trois actes

Revenons en arrière, si vous voulez bien ; soit au moment où cette notion est utilisée pour la première fois au sein de la littérature haïtienne en diaspora. Le premier acte débute durant les années 80, alors que les écrivains haïtiens prennent la mesure de leur « arrachement » (Dorsinville) et de la manière dont l’exil a transformé leur rapport à l’écriture. Ecartelés entre deux continents et quatre pays d’accueil, ceux-ci cherchent à penser les conditions d’une littérature nationale hors de son territoire originel. Comment en effet être reconnus par l’institution littéraire dès lors que celle-ci appartient à d’autres dispositifs nationaux et visent donc des lectorats «étrangers » ? Tel est en effet l’équation complexe à laquelle cherche à répondre cette génération née pour l’essentiel entre les deux guerres.

L’équation que les écrivains haïtiens doivent résoudre, comporte deux inconnues : l’une est formelle, l’autre est thématique et renvoie à la filiation. D’abord, comment dépasser l’imitation, le mimétisme de leurs aînés avec l’épineux problème du lectorat et du rapport entre langue vernaculaire et langue véhiculaire. Ensuite, quelle distance prendre avec la négritude et l’indigénisme des Césaire, Senghor, Dumas qui les rattacheraient trop exclusivement à leur continent d’origine en mettant sous le boisseau leur américanité fondatrice et donc leur métissage ?

« A l’heure actuelle, il semble que nous soyons arrivés dans les nouvelles productions caraïbennes à ce que j’appellerais : « l’époque du dépassement, une écriture métisse ». Les derniers textes m’apparaissent non plus répondre à la première question de Kant -qui sommes-nous ? Mais évoluent vers un : que pouvons-nous faire ? Que pouvons-nous espérer ?2 » Vous aurez reconnu le propos d’Émile Ollivier qui en souhaitant le dépassement de la question identitaire, problématique moderne ô combien, introduit un nouveau terme : l’écriture métisse, l’écriture migrante.

Cette réflexion, comme bien d’autre font partie d’un recueil d’entretiens passionnants intitulé le pouvoir des mots, les maux du pouvoir : des romanciers haïtien en exil que Jean Jonassaint a consacré à cette génération en 1986. S’il faut donc trouver une origine aux « écritures migrantes»3, c’est bien dans ce livre-jalon qu’il faut la situer. C’est là dans la bouche d’Emile Ollivier mais surtout dans l’échange entre deux écrivains que jaillit cette nation comme on frappe deux pierres de silex. Si elle se manifeste de manière suffisante et nécessaire en tant que théorie du métissage et stratégie du dépassement, les écritures migrantes ne concernent dans un premier temps que les seules écritures caraïbéennes.

Le second acte advient lorsque leur compatriote Robert Berrouet-Oriol décide d’alerter l’institution littéraire québécoise qui était restée muette à ce propos. Son article, intitulé « Effet d’exil », sera publié dans le dossier spécial «culture politique au Québec» de la revue transculturelle Vice versa de Montréal dont j’étais le rédacteur en chef et membre du collectif fondateur. L’agacement de Berrouet-Oriol se comprenait d’autant plus que l’ouverture québécoise était d’emblée saluée par des auteurs comme René Depestre qui voyaient le Québec comme « un oasis4» de liberté et de réflexion pour ses compatriotes exilés.

L’article fit mouche. Car son auteur avait compris que cette demande de reconnaissance institutionnelle ne concernait pas seulement les romanciers de la diaspora haïtienne mais aussi la littérature québécoise. L’écrivain l’affirmera d’ailleurs en lettres capitales : “ l’enjeu culturel et politique” ne résidait pas seulement dans “la CAPACITÉ du champs littéraire à accueillir les voix venues d’ailleurs mais surtout d’assumer à visière levée qu’elle est travaillée transversalement par des voix métisses”5. On ne saurait être plus clair.

Devant ce pressant appel du pied, l’institution littéraire répondra par l’entremise de Pierre Nepveu, l’un de ses plus éloquents représentants. Poète et écrivain lui-même, auteurs d’essais remarqués, Nepveu sera particulièrement sensible à cette expression créatrice qui se manifestait au sein d’une littérature postcoloniale désireuse de s’émanciper de la tutelle de la tradition.

Ecriture migrante de préférence à “immigrante” ce dernier terme me paraissait un peu trop restrictif mettant l’accent sur l’expérience et la réalité même de l’immigration, de l’arrivée au pays et de sa difficile habitation (ce que de nombreux textes racontent ou évoquent effectivement), alors que migrante insiste davantage sur le mouvement, la dérive, les croisements multiples que suscite l’expérience de l’exil. “Immigrante “ est un mot à teneur socio-culturelle, alors que “migrante “ a l’avantage de pointer déjà vers une pratique esthétique, dimension évidemment fondamentale pour la littérature actuelle.»

Cette note infrapaginale dans L’Ecologie du réel, publié en 1988 6constitue le 3e acte de la mise en orbite des écritures migrantes. En lui consacrant dans le même ouvrage un chapitre entier, l’écrivain universitaire ouvre la donne avec les mêmes préoccupations de problématiser la littérature québécoise en dehors des cadres nationaux. Par cet essai qui fera date, l’institution signait non seulement un certificat de naturalisation pour l’œuvre des écrivains haïtiens mais, mutatis mutandis, accordait à l’ensemble des écrivains d’origine étrangère une opportunité inédite, du moins en théorie, de pouvoir confronter leur travail avec celui des autochtones à l’aulne de la pratique esthétique, du style.

Homologies

Que cette reconnaissance de la multiappartenance provienne d’une culture elle-même néocoloniale et en partie métissée, ne doit pas surprendre au demeurant7. Il y avait en quelque sorte homologie entre le projet de dépassement identitaire porté par les écrivains haïtiens et celui des écrivains québécois les plus progressistes. Cette homologie tenait essentiellement aux mêmes questionnements sur le matériau de la langue et sur ses niveaux (joual/ langue de culture) et la même rapport au modèle hexagonal.

Plus consciente de sa fragilité, moins bien dotée que ses modèles (français et anglais) mais plus que sa consoeur haïtienne, la littérature du Québec était particulièrement bien préparée à recevoir et à incuber une notion qui lui permettra du coup d’affirmer une universalité qui ne pouvait prendre appui sur la centralité de la langue et le poids démographique de ses locuteurs mais au contraire sur sa faiblesse et sur sa périphérie.

L’homologie était également au rendez-vous auprès des écrivains anglo-montréalais qui, à la suite du mouvement McGill français, étaient soucieux de prendre leurs distances avec leur élite politique trop inféodée au modèle libéral. Il en est agi de même pour les écrivains issus des immigrations et notamment de l’immigration italienne. Quoique plus récents, ceux-ci devaient aussi se confronter au problème de la langue et aux conditions éthiques et esthétiques du métissage tels qu’elles avaient été esquissées quelques cinquante ans plus tôt par le cubain Fernando Ortiz.

Cet auteur voulait alors définir l’identité de son île natale à travers son quadruple héritage. Pour Ortiz, la transculturation est « vécue par l’immigrant, déraciné de sa terre natale, dans son double mouvement de mésdaptation et de réadaptation, de déculturation ou exculturation et d’acculturation ou inculturation pour tendre enfin vers la synthèse de la transculturation8». Cette définition avec son mouvement hégélien correspondait mieux, selon nous du collectif Vice versa, au fondement de la culture politique en Amérique avec ses métissages ethniques et culturels.

A ce moment, haïtianité, québecité, italianité, anglo-montréalité convergeaient dans cette quête multiple et fiévreuse vers la modernité/postmodernité d’une littérature universelle selon les vœux même qu’un Goethe formulait jadis. « La littérature nationale, affirmait-il, ne représente plus grand-chose aujourd’hui, nous entrons dans l’ère de la littérature mondiale ( die Weltliteratur) et il appartient à chacun d’entre nous d’en accélérer cette évolution »9. Le Montréal de cette période à été sans doute l’éphémère relais, l’accélérateur de cette littérature mondiale en gestation dont l’obsédant fantasme traverse l’histoire des lettres occidentales comme les particules d’antimatière surgissent, un bref instant, du cyclotron. Moment de grâce durant lequel la coïncidence de cette quadruple homologie retourna l’impossibilité kafkaïenne de la littérature haïtienne (impossibilité d’écrire en français, impossibilité d’écrire en créole, impossibilité d’écrire autrement) pour en faire le nouvel avatar paradigmatique du « grand contexte ».

Mais, chassez le naturel, il revient au galop. S’il y a eu ouverture et, ceci est incontestable, il n’en demeure pas moins qu’après vingt ans, plusieurs dizaines de titres, des prix prestigieux, une polémique10 et quelques anthologies, force est de constater que la réception des écritures migrantes est restée cantonnée pour l’essentiel au « petit contexte » recouvrant précisément «la teneur socio-culturelle» qu’il était censé dépasser.

Pourquoi donc cet échec ? Pourquoi cette impasse sur la pratique esthétique ? Sur le style ? Il y a plusieurs raisons à cela. Je dirai d’abord que ce retournement est une constante dans la genèse des littératures et à fortiori des sociétés en mutation. Que ce soit dans la société italienne du XIVe siècle, de la France révolutionnaire, de la société allemande préromantique… s’ouvre alors « une fenêtre d’opportunité » dans laquelle, l’espace d’un bref moment, se rejoue le rapport à l’autre et à sa modernité.

C’est justement à cette occasion, dans ce kairos que Goethe avait formulé les contours de la Wieliteratur qui était lui-même en résonance, 500 ans plus tôt avec le vulgaire illustre théorisé par Dante. Pour l’auteur de la Divine Comédie « la langue illustre », la langue de la poésie, n’est pas une langue nationale, mais une langue étrangère. Elle est « partout et nulle part ». « Nous disons que le vulgaire illustre, cardinal, aulique et courtois d’Italie est celui qui est propre à toutes les cités mais n’appartient à aucune et par lequel tous les vulgaires des Italiens sont mesurés, pesés et comparés11. » C’est d’emblée une langue déterritorialisée. Et l’on voit ainsi fonctionner dans toute sa splendeur la mécanique binaire par laquelle l’esprit humain cherche à pallier son manque, son sentiment de perte, de séparation. Je fais référence aux travaux de Jacques Lacan sur le Nom du Père qui préside à l’apprentissage du langage et de la culture.

On sait que le nourrisson se trouve dans une relation fusionnelle avec le monde qui l’entoure en général et à sa mère en particulier. La mère est l’unique objet de son désir. C’est le surgissement du père et, plus particulièrement, de son nom qui lui signifie que sa mère est aussi l’objet de désir d’un tiers et qu’il devra apprendre à la partager. Cette frustration s’accompagnera de la conscience qu’il est un être séparé, distinct du corps de sa mère ; bref qu’il est incomplet. Et c’est précisément cette frustration, cette angoisse qui engagera l’enfant sur le chemin du langage et de la culture. Lacan nous apprend que le Nom du Père a justement pour fonction de séparer l’enfant du désir de sa mère en l’obligeant à se relier à elle symboliquement par la langue afin de devenir autonome par l’acquisition de la parole.

Ce qui se passe chez le nourrisson n’est pas étranger au développement identitaire des peuples. En séparant et en reliant, en se territorialisant en se déterritorialisant, comme diraient Deleuze et Guattari, l’homme et, à fortiori, l’écrivain instaure une rupture et invente justement du nouveau. Nouveau qu’il oubliera dans la foulée pour mieux se rassurer. Comme l’enfant qui, étonné de faire ses premiers pas, se laisse choir pour sentir la rassurante force de la terre. Car c’est bien de cela qu’il s’agit : de la terre-mère familière dont l’horizon est sa frontière. En deçà nous sommes dans le périmètre du connu, au-delà nous sommes dans l’inconnu qui nous intrigue d’autant plus que nous savons pertinemment que c’est par là justement que nous trouverons notre salut, qu’arrivera l’Autre.

La Poiêsis, l’autre monde

Cet au-delà de la frontière instille un autre temps, ce que Valery appelle par un curieux renversement « le petit temps ». Ce petit temps, dit-il «donne des lueurs d’un autre système ou « monde » que ne peut éclairer une clarté durable». Ce monde particulier est bien celui de la poiêsis, à la lettre « ce que l’on fait » et qui dans son accomplissement même nous est inconnu.

C’est pourquoi celle-ci fonde la modernité qui n’est que l’incessant travail, au sens obstétrique du terme, des formes anciennes -la tradition- accouchant des formes nouvelles. Cela ne va pas sans douleur, ni violence. Mais tel est bien ainsi que la naissance advient dans ce quelle engendre aussi notre appartenance à la nation : le lieu où l’on naît. C’est aussi dans cette perspective qu’il convient de lire l’injonction rimbaldienne. « Il faut être résolument moderne ». Or, pour s’accomplir, cette modernité ne requiert nullement le « petit contexte », c’est-à-dire l’histoire socioculturelle d’un peuple mais exige bel et bien le « grand contexte » qui est , rappelons-le, l’histoire des formes littéraires.

C’est seulement en les confrontant aux œuvres antérieures que les productions issues des écritures migrantes, révèleront ce qu’il y a de singulier, d’original, de nouveau. C’est de la sorte que l’on peut légitimement mesurer la véritable valeur d’une œuvre. Mais cette approche « comparatiste » n’est-ce pas là le processus même de toute création ? Comparaison. Imitation. Assimilation « Imitant les meilleurs auteurs grecs, nous rappelle Joachim du Bellay, se transformant en eux, les dévorant, et après les avoir bien digérés, les convertissant en sang et nourriture, se proposant, chacun selon son naturel et l’argument qu’il veut élire, le meilleur auteur, dont ils observaient diligemment les plus rares et exquises vertus…12 ».Voilà qui jette aussi une lumière sur le processus identitaire. L’identité est plurielle et ne s’unifie qu’à travers la soumission volontaire à la Loi. Or cette loi est précisément celle de l’étranger, du barbare qui est aussi la loi du style.

La loi de l’étranger : la loi de l’interdit de l’inceste

Dans un livre magistral13, Robert Richard explore les fondements de cette loi de l’étranger qui par l’interdit de l’inceste, fonde le politique à travers l’art et empêche la sphère du social d’être corrompue par les intérêts privés. L’histoire de l’Occident en définitive, s’y résume : avoir brisé le pluralité du fatum de l’Antiquité en faisant de l’amour chrétien- l’amour de l’autre- (avant qu’il ne devienne un dogme), le paradigme à travers lequel l’Europe reconfigurait l’héritage gréco-latin. La centralité de la littérature dans ce processus est essentiel: la littérature n’est pas un élément parmi d’autres de ce récit aux côté des mythes, des légendes… elle est Le récit collectif.

C’est pourquoi le roman et les romanciers se trouvent au cœur de l’enjeu politique de la représentation. Si le poète est l’amont, le romancier est l’aval. En effet, le roman correspond aux grandes étapes de la construction de l’état moderne avec son endroit (la démocratie) et son avers (le totalitarisme). Le roman surgit en tant que forme au moment où une société cesse de croire à ses dieux et s’essaie à son autonomie et donc à un certain degré d’abstraction c’est-à-dire de métaphorisation. Métaphorisation qui est requise pour vivre dans une société. Mais la clef demeure la langue, bien sûr. La configuration , dirions-nous aujourd’hui, d’ une nouvelle langue véhiculaire (le vulgaire illustre au Moyen-Age, la langue nationale durant les lumière et le romantisme, le langage informatique aujourd’hui) induit naturellement une nouvelle forme de subjectivité et donc de narration.

Chaque époque vit les avatars de cette profanation qui peut conduire à l’idéologie, il est vrai. Les grandes oeuvres marquent ces passages et permettent de se reconnaître dans la diversité. C’est pour cela qu’elles sont les balises à partir desquelles se constitue un espace public qui tout en étant national est universel. Cette comparaison peut au demeurant réserver plusieurs surprises dont la première serait de s’apercevoir que les « écritures migrantes » ne sont pas nécessairement l’apanage des seuls «migrants». Et vice versa. Pour ne prendre que la cas du Québec, un écrivain « autochtone » tel un Hubert Aquin est beaucoup plus près de l’esthétique migrante -qui est l’esthétique même du roman- que nombre d’écrivains censés appartenir à cette catégorie et qui ne pratiquent en fait qu’une littérature du « petit contexte » avec des trémolos de nostalgie dans la voix. Du kitch dégoulinant de bons sentiments et de familialisme. N’est pas migrant qui veut !

Mais comment alors définir une esthétique migrante ? Est-ce le plurilinguisme, la subversion des genres ou, plus généralement, les dérives par le rapport à un point fixe qui pourraient alors la déterminer ? Nous pensons que non. Naguère alors que les modèles littéraires étaient relativement bien circonscrits par les manuels de référence, il était plus facile de transgresser les formes pour produire du neuf (ou pour le croire) et revendiquer du coup la posture du moderne. Mais depuis le milieu du siècle dernier après les chocs successifs de Proust, Joyce, Kafka, mais aussi de Beckett, et de Ionesco ces illustres transfuges de la langue française, cette posture est devenue à son tour un lieu commun, travaillée par l’idéologie. Il convient donc de rappeler ce que « la science du beau » tel que l’a voulu le philosophe allemand A. G. Baumgarten, a à voir avec, « le sensible, le perceptible ». C’est donc à partir d’une phénoménologie de la sensation qui est mouvement, émotion que peut s’élaborer des critères éthiques et esthétiques à partir desquels on serait en mesure d’apprécier un oeuvre. « Un soir j’ai assis la beauté sur mes genoux, je l’ai trouvée amère et je l’ai injuriée. » Ce vers qui ouvre Une saison en enfer de Rimbaud nous donne un indice sur ce qui se joue dans la réception du beau et qui nous semble au premier abord « amer», Dante dirait « acerbe». L’amertume de la beauté, c’est l’émotion ressentie face à ce qui, dans sa nouveauté même nous dépasse14. Car le beau, le nouveau participent d’une loi qui n’appartient pas au monde familier. Cette loi est barbare, étrangère.

« Et le professeurs des littératures étrangères ? se demande encore Kundera, n’est ce pas leur mission toute naturelle d’étudier les œuvres dans le grand contexte de la Weltliterature ? Aucun espoir ! laisse tomber l’écrivain. Pour démontrer leur compétence d’experts, ils s’identifient ostensiblement au petit contexte national des littératures qu’ils enseignent. Aucun espoir, assène-t-il une seconde fois ; c’est dans les universités à l’étranger qu’une œuvre d’art est la plus profondément embourbée dans sa province natale. 15»

*

Mesdames et messieurs les canadianistes, les québécistes, il n’en tient qu’à vous de faire mentir les propos de Kundera. Il ne tient qu’à vous de jeter durant ce colloque les bases d’un vaste chantier qui conduira enfin à l’avènement de cette littérature mondiale entrevue par Dante et souhaité par Goethe.

Plus que jamais cette littérature mondiale est devenue une nécessité. Devant des espaces nationaux qui se rétrécissent comme peau de chagrin, devant l’implosion des espaces éditoriaux qui croulent sous la surproduction des pseudo romans marqués par une esthétique postnaturaliste du plus mauvais aloi, devant une critique journalistique inexistante… il devient urgent de réintroduire à la lettre la loi de l’étranger qui permettra de séparer ce qui participe du nouveau de ce qui, sous un vernis de modernité, demeure passéiste16. Vous, plus que quiconque êtes préparé pour ce faire. En conclusion je formule le souhait que l’on compare non seulement les écritures migrantes lusophones, hispaniques, italiennes, anglo-saxonnes, néerlandaises entre elles mais aussi avec les textes de « l’internationale dénationalisée des créateurs » dont « le centre est partout et nulle part 17» afin que, par cette mise en relation, puisse émerger une véritable littérature mondiale. C’est à mes yeux la seule mais grande utilité des écritures migrantes.

1 Milan Kundera, Le Rideau, Paris, Gallimard, 2005, p.49

2 Jean Jonassaint le pouvoir des mots, les maux du pouvoir : des romanciers haïtien en exil (Paris-Montréal, Arcantère/PUM 1986), p.93

3 Dans son roman, la Québécoite, publié en 1983, chez XYZ, Régine Robin parle de la « Parole immigrante ». « Tout juste une voix plurielle,

une voix carrefour,

une voix de l’autre au brisant du texte

la parole immigrante ». Collection typo, 1993, page 167. Bien que l’affirmation de Robin soit antérieure, elle ne sera pas reprise en tant que concept par l’Institution littéraire et demeurera donc dans le registre de la narration expressive. Question de synchronisme mais aussi de connotation.

4 Ibidem, p.211

5 Robert Berrouet-Oriol, L’effet d’exil, in Vice versa no 17, décembre1986-janvier 1987, p.20-21

6 Pierre Neveu, L’écologie du réel, Montréal, Boréal, p.233

7 Voir à cet égard les travaux de Simon Harel depuis le voleur de parcours, Montréal, XYZ,1989

8 Fernando Ortiz, Contrapunteo Cubano del Tabaco y el Azúcar, Edition Ariel, Barcelona, 1973

9 Cité par Milan Kundera, dans Le Rideau, Paris, Gallimard, 2005 p.50

10 Suite à la publication de l’ouvrage de Monique LaRue, L’arpenteur et le navigateur Montréal : Éditions Fides : CÉTUQ Centre d’études québécoises Université de Montréal, 1996.

11 Dante Alighieri, De l’éloquence vulgaire, Paris, La Délirante, traduit du latin par Frédéric Magne, p.30

12 La Défense et Illustration de langue française, Poésie .Gallimard p.214 Paris, 1967.

13 Robert Richard, L’émotion européenne, Montréal, édition Varia, 2004

14 Dante est très clair à cet égard. Il met dans la bouche de son trisaïeul Cacciaguida cet encouragement à son égard : « Tu devras livrer au grand jour ta vision tout entière et laisser les gens se gratter là où ils ont la gale. Car au premier goût ta parole semble acerbe, elle laissera ensuite une nourriture de vie quand elle aura été digérée » (Paradis, XVII,128-132) cité par Robert Richard, ibidem p.196

15 Ibidem p.51

16 Voir Pierre Bourdieu, Contre-feux 2, Paris, Editions Raisons d’agir, 2001 « C’est ainsi que l’on voit apparaître aussi dans, tous les univers…des productions culturelles en simili, qui peuvent aller jusqu’à mimer les recherches de l’avant-garde toute en jouant des ressorts les plus traditionnels des productions commerciales et qui , du fait de leur ambiguïté ,peuvent tromper les critiques et les consommateurs à prétentions modernistes grâce à un effet d’allodoxia » p.83

17 ibidem,p.83-84 « … les Joyce, Faulkner, Kafka, Beckett ou Gombrowicz produits purs de l’Irlande, des Etats-Unis, de la Tchécoslovaquie ou de la Pologne mais qui ont été faits à Paris …n’auraient jamais pu exister et subsister sans une tradition internationale d’internationalisme artistique et, plus précisément, sans le microcosme de producteurs, de critiques et de récepteurs avertis qui est nécessaire à sa survie et qui, constitué depuis longtemps, a réussi à survivre en quelques lieux, épargnés par l’invasion commerciale. »